Tuve miedo a la soledad hasta que aprendí a disfrutar de mi propia compañía.
Tuve miedo de no encontrar nunca el amor, hasta que aprendí, que para poder amar a otro y sentirme amado, primero me tenía que querer a mí mismo.
Tuve miedo de fracasar, hasta que me di cuenta de que el único fracaso real es el de no arriesgarse, el no intentarlo y que el fracaso, no es motivo de vergüenza, sino una escalera para llegar a donde quiero.
Tuve miedo de las opiniones ajenas, hasta que me di cuenta que yo podía decidir si permitía que me lastimaran o las utilizaba para ser mejor.
Tuve miedo al rechazo, hasta que entendí que el primero que tenía que aceptarse a sí mismo era yo y que no tengo que gustarle a todo el mundo. Que si alguien no me acepta, puede dolerme, pero no se acaba el mundo por ello.
Después de todo, yo también soy selectivo con mis afectos.
Tuve miedo a no ser reconocido por los otros, hasta que pude aceptar que, si yo me acepto, la aceptación de los otros ya no es indispensable, sino accesorio. Me puede doler, pero ya no me destruye.
Tuve miedo al dolor hasta que aprendí que no sólo podía tocarlo y trascenderlo, sino que las experiencias dolorosas me fortalecían y me transformaban en un ser más sabio y más fuerte.
Tuve miedo a la verdad hasta que descubrí que las heridas de la mentira son más profundas y mortales, y en cambio, la verdad, aunque doliera, me convertía en u ser libre.
Tuve miedo a la muerte hasta que aprendí que la muerte no es el fin, sino el principio de algo, y que la muerte nos acompaña en todo momento: a cada instante que muere, nace uno nuevo.
Tuve miedo al odio, al rencor y al resentimiento, hasta que me di cuenta que, a veces, también son emociones que están haciendo su trabajo, dentro de un proceso, y que son necesarias para desahogar el alma y liberar el sufrimiento; y al poder reconocer que, en el fondo de estos sentimientos, hay una tremenda necesidad de aceptación y aprecio.
Tuve miedo al ridículo, hasta que aprendí que todos tenemos derecho a hacer el tonto alguna vez en la vida y cuando aprendí a reírme de mí mismo, y de la vida, después de todo, nadie ha salido vivo de ella.
Tuve miedo a la vejez hasta que descubrí que el tiempo me ayuda a ser más consciente en la medida que transcurre y yo vivo nuevas experiencias, y que eso me permite acompañar a otros más jóvenes, en su tránsito hacia la vida adulta.
Tuve miedo al pasado, hasta que me di cuenta que yo era, en el presente, consecuencia de todas las decisiones que había tomado a lo largo de mi vida, y cuando acepté que me gustaba ver en quien me habían convertido.
Tuve miedo a la injusticia, hasta que descubrí que era parte de la vida y que era necesario convivir con ella.
Tuve miedo a las diferencias, hasta que me di cuenta que la igualdad no siempre me permitía crecer, que era la novedad la que me enriquecía, me refresca con vientos nuevos y me daba la oportunidad de seguir evolucionando como ser humano.
Tuve miedo al conflicto, hasta que descubrí que el conflicto tiene dos caras: la destrucción y la muerte, o la oportunidad para ser mejor y aprender de los otros.
Tuve miedo al enojo, hasta que entendí que el enojo era lo que me permitía establecer mis propios límites y me ayudaba a hacer que se respetaran.
Tuve miedo al miedo, hasta que me di cuenta que era el único miedo que realmente me hacía daño, pues el miedo, en sí mismo, me protege y me ayuda a estar alerta de puede poner en riesgo mi integridad.
Tuve miedo a la tristeza, hasta que pude ver que la tristeza me ayuda a ir hacia dentro, cuando necesito refugio e intimidad para reparar lo que se ha roto, lo que lastima, o hacia los otros cuando necesito apoyo, comprensión y consuelo.
Tuve miedo al amor, hasta que descubrí que soy digno de ser amado por lo que soy, por ser justamente como soy, y que no tengo que convertirme en otro para merecer que me quieran.
También, cuando me di cuenta de que, si alguien a quien aprecio o amo se aleja, se va un ser con nombre y apellido, pero no se va con él el amor… que el amor es más que un sentimiento o un apego, es una energía que me pertenece y se genera en mi interior, y que por tanto, si alguien que amo se va, aunque me duela, yo soy capaz de sanar y volver a amar.
AUCH!!! muy acertado
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QUE BARBARO TIENES UN TINO…. =)
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Gracias, Silvia, debe ser la experiencia de vida y con mis pacientes… se afina el tercer ojo *: o )
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Reblogged this on La Venganza del Señor Equis.
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