Las personas que nos dedicamos a ayudar a los demás tenemos que estar muy conscientes de cómo vemos al otro: como niños indefensos o como adultos responsables. Este cuestionamiento marca la diferencia entre una ayuda sobreprotectora que impide el crecimiento al tratar al otro como un niño y la ayuda que verdaderamente ayuda orientada a que la persona necesitada descubra sus propios recursos como adulto.
