
Muy recientemente enfrenté la pérdida de uno de mis hermanos mayores y eso ha hecho darme cuenta de qué diferentes son los duelos entre sí, pues la experiencia por cada ser querido que he perdido: mis padres, abuelos, otros hermanos y hermanas, ha sido muy diferente en cada ocasión. La pregunta que me surgió entonces y por la que me puse a investigar al respecto es: ¿cuál es la mejor manera de enfrentar el proceso del duelo ante las pérdidas? ¿Hay una forma correcta o depende de cada situación?
Durante mi investigación encontré varios libros que hablan del tema y también muchos artículos en internet entre los cuales tuve la suerte de topar con un interesante documento sobre el duelo (que en realidad es una síntesis del libro: Aprender de la pérdida, realizado por Robert A. Neimeyer y, al darme cuenta de la importancia y la ayuda que podía ofrecer este material, decidí compartirla en este espacio. Entre muchas de las cosas importantes que el artículo menciona creo que una de sus mayores virtudes es su claridad y puede ser muy útiles para otros que, como yo, se están enfrentando a un duelo o aún no han podido salir de él a pesar de que haya pasado mucho tiempo por no saber la mejor manera de gestionarlo.
Aunque el dolor, la soledad y los trastornos que acompañan al duelo no tienen nada de anormal, Robert A. Neimeyer nos dice que hay síntomas indicativos durante el proceso que nos ayudan a identificar cuándo es necesario buscar apoyo profesional o el de alguna persona de nuestro entorno, que nos acompañe durante el proceso: médicos, guías espirituales, responsables de grupos de apoyo o profesionales de la salud mental.
Aunque cada persona debe tomar esta decisión libremente, debe plantearse seriamente pedir apoyo profesional si presenta alguno de los siguientes síntomas:
- Intensos sentimientos de culpa, provocados por cosas diferentes a las que hizo o dejó de hacer en el momento de la muerte de su ser querido.
- Pensamientos de suicidio que van más allá del deseo pasivo de “estar muerto” o de poder reunirse con su ser querido.
- Desesperación extrema; la sensación de que por mucho que lo intente nunca va a poder recuperar una vida que valga la pena vivir.
- Inquietud o depresión prolongadas, la sensación de estar “atrapado” mantenida a lo largo de varios meses o años.
- Síntomas físicos, como la sensación de tener un cuchillo clavado en el pecho o una pérdida sustancial de peso, que pueden representar una amenaza para su bienestar físico.
- Ira incontrolada, que hace que sus amigos y seres queridos se distancien, o que le lleva “a planear venganza” de su pérdida.
- Dificultades continuadas de funcionamiento. Éstas se ponen de manifiesto en la incapacidad para conservar el trabajo o la realización de las tareas domésticas.
- Abuso de sustancias. Apoyándose más de lo normal en las drogas o el alcohol para desterrar el dolor de la pérdida.
Aunque cualquiera de estos síntomas puede ser una característica de un proceso normal de duelo, su presencia prolongada merece la atención de una persona que vaya más allá de las figuras de apoyo informal que suelen estar presentes en la vida de cada individuo. Si uno o varios de las conductas anteriores las identificamos en nosotros mismos debemos seguir los siguientes:
Diez pasos prácticos de adaptación a la pérdida
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Tomarse en serio las pequeñas pérdidas.
Dedicar tiempo a mostrar que nos preocupamos por un amigo que se muda lejos de nosotros o a vivir la tristeza que sentimos cuando somos nosotros los que nos mudamos de casa, así, nos damos a nosotros mismos la oportunidad para ensayar nuestra adaptación a las pérdidas importantes de nuestras vidas. De un modo parecido, podemos utilizar la muerte de una mascota como una oportunidad para aprender a sentir las pérdidas y también para instruir, cuando sea el caso, a los niños pequeños sobre el significado de la muerte y su lugar en la vida, preparándolos para futuras pérdidas.
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Tomarse tiempo para sentir.
Aunque las pérdidas más importantes plantean toda una serie de exigencias prácticas que hacen que sea difícil “enfrascarnos” en nuestras reflexiones privadas, debemos encontrar algunos momentos de tranquilidad para estar solos y sin distracciones. Escribir en privado sobre nuestras experiencias y reflexiones en momentos de cambio puede ser una forma de mejorar nuestra sensación de alivio y comprensión.
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Encontrar formas sanas de descargar el estrés.
Prácticamente por definición, cualquier tipo de transición es estresante. Debemos buscar formas constructivas de dominar este estrés ya sea a través de la actividad, el ejercicio, la meditación, el entrenamiento en relajación o la oración.
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Dar sentido a la pérdida.
En lugar de intentar quitarnos de la cabeza cualquier pensamiento sobre la pérdida, es mejor que nos permitamos obsesionarnos con ella. Intentando desterrar las imágenes dolorosas sólo conseguimos darles más poder. A medida que vamos elaborando una historia coherente de nuestra experiencia, vamos logrando una mayor perspectiva del asunto.
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Confiar en alguien.
Las cargas compartidas son menos pesadas. Debemos encontrar personas, que pueden ser familiares, amigos, religiosos o terapeutas, a las que podamos explicarles lo que estamos pasando sin que nos interrumpan con su propio “orden del día”. Lo mejor es aceptar con agradecimiento los gestos de apoyo y lo oídos dispuestos a escuchar.
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Dejar a un lado la necesidad de controlar a los demás.
Las otras personas afectadas por la pérdida tienen su propia manera de elaborarla y siguen su propio ritmo. No debemos obligarlas a adaptarse al camino que nosotros seguimos para elaborar nuestro propio dolor.
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Efectuar un ritual de la pérdida de un modo que tenga sentido para nosotros.
Si el funeral que se ha celebrado por el fallecimiento de nuestro ser querido no nos ha satisfecho, podemos preparar un acto que satisfaga nuestras necesidades. Hay maneras creativas de honrar las pérdidas no tradicionales que encajan con nosotros y con las transiciones que atravesamos.
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No resistir al cambio.
Las pérdidas de personas y roles que ocupan un papel central en nuestras vidas nos transforman para siempre. Lo mejor es abrazar estos cambios, buscando las oportunidades que presentan para el crecimiento, independientemente de lo agridulces que puedan resultar, esforzarnos por crecer con la experiencia de la pérdida, al mismo tiempo que reconocemos los aspectos en los que nos ha empobrecido.
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Cosechar el fruto de la pérdida.
La pérdida hace que revisemos nuestras prioridades vitales y podemos buscar oportunidades para aplicar lo que nos enseña a proyectos y relaciones futuras. Debemos dejar que nuestras reflexiones encuentren una forma de expresión en acciones adecuadas, quizás ayudando a otras personas que lo necesiten.
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Centrarse en las propias convicciones religiosas.
Podemos utilizar la pérdida como una oportunidad para revisar y renovar las creencias religiosas y filosóficas que ya dábamos por supuestas, buscando una espiritualidad más profunda y
Cosas que se deben hacer y que no se deben hacer cuando se ayuda a una persona que ha sufrido una pérdida.
Lo que no se debe hacer:
Obligar a la persona que ha sufrido la pérdida a asumir determinado papel
- diciendo algo como: «Lo estás haciendo muy bien». Debemos dejar que la persona tenga sentimientos perturbadores sin tener la sensación o sin hacerla sentir que nos está defraudando por no hacerlo de la manera en que «nosotros» creemos que es la correcta. Ten en cuenta de que podrá correcta para nosotros, pero no necesariamente para ella.
- Decirle a la persona que ha sufrido la pérdida que “tiene” que hacer. En el mejor de los casos, esto refuerza la sensación de incapacidad de la persona y, en el peor, nuestro consejo puede ser contraproducente molestando a la persona y cerrándose ésta a recibir nuestro apoyo por no sentirse comprendida y sí presionada.
- Decir “búscame si necesitas algo”. Este tipo de ofrecimientos suele declinarse y la persona que ha sufrido la pérdida capta la idea de que nuestro deseo implícito es que no se ponga en contacto con nosotros.
- Sugerir que el tiempo cura todas las heridas. Las heridas de la pérdida no se curan nunca por completo y el trabajo del duelo es más activo de lo que sugiere esta frase.
- Hacer que sean otros quienes presten la ayuda. Nuestra presencia y preocupación personal es lo que marca la diferencia.
- Decir: ”sé cómo te sientes”. Cada persona experimenta su dolor de una manera única, por lo que lo mejor que podemos hacer es invitar al afectado a compartir sus sentimientos, en lugar de dar por supuesto que los conocemos.
- Utilizar frases manidas de consuelo, como: “hay otros peces en el mar” o “los caminos del Señor son insondables”. Esto sólo convence a la persona de que nos preocupemos lo suficiente por entenderla.
- Intentar que la persona se dé prisa en superar su dolor animándola a ocupar su tiempo, a regalar las posesiones del difunto, etc. El trabajo del duelo requiere tiempo y paciencia y no puede hacerse en un plazo de tiempo fijo.
Qué sí hacer o qué sí decir:
- Abrirnos a una comunicación sincera y compasiva. Si la persona no sabe qué decir le podemos preguntar: «¿Cómo estás hoy?, ¿Cómo te está yendo?.»
- Escuchar un 80% del tiempo y hablar un 20%. Hay muy pocas personas que se toman el tiempo necesario para escuchar los sentimientos del otro sin juzgarlo y sin querer que se sienta de otra manera. Sé una de esas personas. Tanto tú como la persona que ha sufrido a su ser querido pueden aprender cosas en el proceso.
- Ofrecer ayudas concretas y tomar la iniciativa de llamar a la persona. Si además respetamos la intimidad del superviviente, éste valorará nuestra ayuda concreta con las tareas de la vida cotidiana.
- Esperar “momentos difíciles” en el futuro, con intentos activos de afrontar sentimientos y decisiones difíciles durante los meses que siguen a la pérdida
- Estar ahí, acompañando a la persona. Hay pocas normas para ayudar, aparte de la autenticidad y el cuidado
- Hablar de nuestras propias pérdidas y de cómo nos adaptamos a ellas. Aunque es posible que esa persona en concreto tenga un estilo de afrontamiento diferente al nuestro, este tipo de revelaciones pueden servirle de ayuda.
- Establecer un contacto físico adecuado, poniendo el brazo sobre el hombro del otro o dándole un abrazo cuando fallan las palabras. Aprenda a sentirse cómodo con el silencio compartido, en lugar de parlotear intentando animar a la persona.
- Ser paciente con la historia de la persona que ha sufrido la pérdida y permitirle compartir sus recuerdos del ser querido. Esto fomenta una continuidad saludable en la orientación de la persona a un futuro que ha quedado transformado por la pérdida.
El momento en que mi padre murió.
Por: Jeff Foster
«Gracias. Gracias. Gracias…»
Las únicas palabras que pudieron salir de mis labios.
Mientras Papá volvía al Misterio.
Mientras el Océano se lo llevaba.
Mientras volvía a casa.
Caí con él. Sí. Desaparecí con él.
Mi cuerpo entero temblando, estremeciéndose, convulsionando con gratitud, misterio y liberación indescriptibles.
La extraña alegría de estar por completo en duelo, dejando ir.
Solos. Juntos.
La mente jamás podría llegar a entender esto.
No. Nada me podría haber preparado. A nosotros.
Nos sumergimos juntos, sin prepararnos.
Él estaba muriendo y naciendo al mismo tiempo.
Muriendo en la forma. Naciendo a lo sin forma.
Él era mi hijo recién nacido. Mi amigo más querido.
Mi propio ser.
Él era todos los padres. Yo era todos los hijos, mirando, esperando.
Este fue un antiguo ritual de iniciación.
Yo fui testigo.
Quedándome extraordinariamente quieto, presente.
Un honor estar con él Ahora.
En estos preciosos últimos momentos.
Sin consejo. Sin control. Sin futuro. Sin arreglarlo.
«Déjalo ir. Déjalo ir…»
Sólo las infinitas profundidades del Ahora.
El Momento más oscuro de todos.
El Misterio indescriptible.
Sólo quedó la gratitud.
Por todo lo que él había entregado.
Por todo lo que había hecho.
Por todo lo que había sido.
Por todos los momentos.
«Gracias. Gracias.
Gracias, mi amigo, mi padre…»
Fuente bibliográfica: Aprender de la pérdida. Una guía para afrontar el duelo.
Autor: Robert A. Neimeyer.