Los diálogos interiores pueden estar cargados de sentimientos de miedo, desconfianza, devaluación, resentimiento, culpa, descalificación, humillación o vergüenza, de maltrato, y de pelea…
El sufrimiento o la salud mental dependerán, en gran parte, del tipo de diálogos internos que generemos. Sentir rechazo de alguna parte de nosotros mismos no es el problema. El problema está en el cómo nos rechazamos. Por ejemplo, después de haber desvelado por descuido el secreto de un amigo delante de otros, no es lo mismo decirte a ti mismo: “Eres un impulsivo insensato, no vas a cambiar nunca, eres odioso. Te quedarás sin amigos”, que decirte: “Cometí un error al hablar así de fulano, le pediré perdón a mi amigo y seré cuidadoso para no hablar tan impulsivamente la próxima vez».
En el primer caso, el diálogo interno está basado en el desprecio, en la incomprensión y la autoexigencia. En el segundo caso, existe un reconocimiento del propio error, pero también una intención de perdonarse, comprenderse y reparar el daño.