A todos los que, a lo largo de mi vida, han sido buenos maestros y terapeutas
El buen maestro-terapeuta nunca deja de enseñar, nunca deja de aprender y capacitarse.
El buen maestro-terapeuta nunca da por sentado que todo lo sabe o que todo lo entiende; nunca deja de maravillarse ni de sorprenderse.
El buen maestro-terapeuta nunca pierde su inocencia y su capacidad de ser curioso, de dudar de todo, de cuestionar y de indagar acerca de si mismo, de los otros, de la vida.
El buen maestro-terapeuta está consciente que todo está en movimiento constante y que todo se transforma permanentemente.
El buen maestro-terapeuta no se limita a transmitirle conocimientos a sus alumnos, los enseña a razonar, a ser críticos, responsables, comprometidos y conscientes de la realidad.
El buen maestro-terapeuta enseña la importancia de no quedarse estáticos, sino de moverse de lugar, para tener diferentes ángulos y perspectivas de las cosas. Moverse en la forma de pensar, de sentir, de comportarse, de reaccionar.
El buen maestro-terapeuta ofrece su apoyo para lograr el aprendizaje y el crecimiento, pero nunca se pone por encima del otro ni le hace sentir que es superior a él.
El buen maestro-terapeuta trabaja para ayudar a fortalecer al otro tanto en su propio auto apoyo como en el ser capaces de encontrar apoyo en el ambiente, es decir, en los demás.
El buen maestro–terapeuta ayuda al otro a comprender que el pedir y necesitar de otros no es un signo de debilidad sino de madurez y de inteligencia.
El buen maestro-terapeuta enseña a ser franco, honesto, ha hablar con la verdad aunque, a veces, esto pueda ser doloroso para él o para otros.
El buen maestro-terapeuta enseña a actuar con coraje – es decir, con corazón – para ser ellos mismos y ser capaces de mostrar tanto su fuerza como su vulnerabilidad, sin sentirse avergonzados.
El buen maestro-terapeuta enseña al otro a ser una persona digna, es decir, a reconocer que es alguien merecedor de respeto, de ser feliz, de pertenecer y de estar en conexión por ser quien es, sin tener que aceptar el condicionamiento de los otros para sentir que lo merece.
El buen maestro-terapeuta es el que ayuda a no quedarse en el rol de víctima, del ¿por qué a mí?, y a encontrar siempre que sea posible, el sentido positivo de las cosas, para que seamos capaces de responder el ¿para qué me está pasando esto? y se convierta en una experiencia no sólo de dolor, sino de aprendizaje y crecimiento.
El buen maestro-terapeuta apoya a asumir la responsabilidad de la propia sombra para no tener que proyectar, juzgar y rechazar en los otros, lo que rechazamos en nosotros mismos.
El buen maestro-terapeuta nos ayuda a ser conscientes de nuestros prejuicios y nos enseña a cuestionarlos, a confrontarlos y a disolverlos, para aprender a respetar a cada quien por ser quien es, más allá de sus diferencias.
El buen maestro-terapeuta reconoce sus errores abiertamente, sin temor a que el otro le pierda el respeto. Por el contrario, sabe que esa es la mejor manera de hacerse respetar.
El buen maestro-terapeuta no enseña tanto la igualdad, sino más bien, a aceptar las diferencias, a apreciarlas, a valorarlas, a crecer a través y gracias a ellas.
El buen maestro-terapeuta
promueve la equidad.
El buen maestro-terapeuta enseña a reconocer el riesgo de quedarse
en la comodidad de lo conocido y el peligro de quedarse estancado por ello, o la ganancia de arriesgarse a buscar lo nuevo, a pesar de la ansiedad y la incomodidad que esto genera.
El buen maestro-terapeuta enseña a sus alumnos a ver la realidad y aceptarla. A reconocer que, tanto el placer como el dolor, son parte de la vida y la importancia de vivir ambos plenamente.
El buen maestro-terapeuta enseña que no siempre se tiene que hacer cosas para merecer el cariño, el respeto y el reconocimiento. La vida también puede ser generosa y regalar estos dones por el simple hecho de ser y de existir.
El buen maestro-terapeuta enseña no sólo a pensar, razonar, organizar y planear, sino a reconocer la riqueza del contacto, de atreverse a experimentar, salir del mundo de la fantasía y vivir plenamente la realidad, con todos sus riesgos y oportunidades.
El buen maestro-terapeuta enseña que el conflicto no tiene que ser algo malo. Que el conflicto, los fracasos y las crisis son también, grandes oportunidades para el crecimiento, el desarrollo, la transformación.
El buen maestro-terapeuta no promueve la ciega obediencia, sino el valor de ser uno mismo y de atreverse a defender los propios pensamientos, ideas, opiniones y valores, aún a riesgo de ser sometido a un castigo o a ser relegado.
El buen maestro-terapeuta enseña a defender la identidad por encima de los juicios externos.
El buen maestro-terapeuta enseña que, para amar a otros, es necesario primero aprender a amarse a uno mismo.
El buen maestro-terapeuta enseña que los sentimientos y las emociones no son enemigos, sino grandes aliados que protegen e informan de las cosas que hay que ajustar en las relaciones con los demás.
El buen maestro-terapeuta enseña a no temer al apego sano y demuestra que es una falacia aquella idea del no necesitar a nadie, de ser siempre y para todo autónomo y autosuficiente.
El buen maestro-terapeuta enseña que todos tenemos la capacidad interna de reconocer lo que es bueno y lo que es malo para nosotros y para otros sin la necesidad de que se nos impongan desde fuera dichos valores o normas.
El buen maestro-terapeuta demuestra la importancia de actuar desde el yo necesito y el yo quiero, más que desde el yo debo o yo tengo. El buen maestro fortalece la capacidad de sus alumnos para aprender a elegir con responsabilidad y consciencia.
El buen maestro-terapeuta apoya a los otros a vivir intensamente en el aquí y en el ahora y a soltar el pasado y el futuro.
El buen maestro-terapeuta muestra que todos tienen capacidades y limitaciones, que no siempre se logra lo que se quiere, que tenemos la capacidad para tolerar la frustración, que podemos ser flexibles y aceptar cuando nos equivocamos.
El buen maestro-terapeuta ayuda a entender que el cambio es posible y necesario para seguir desarrollándonos.
El buen maestro-terapeuta nos ayuda a responsabilizarnos de nuestra libertad y a aceptar que estamos condenados a ser libres, es decir, a elegir y por tanto, a ser responsable de nuestras decisiones.
El buen maestro-terapeuta nos ayuda a ver que no podemos cambiar la realidad, pero que nuestra libertad fundamental es interna, es decir, que nosotros podemos elegir la actitud con la que queremos enfrentar dicha realidad y que esa libertad, nadie nos la puede arrebatar.
El buen maestro-terapeuta enseña a los demás a ser cada vez más congruentes, es decir, a actuar de acuerdo a lo que realmente se piensa o se siente, aceptando que no siempre los demás lo van a aceptar.
El buen maestro-terapeuta es también congruente consigo mismo y practica, en su propia vida, lo que enseña a los demás.
El buen maestro-terapeuta es alguien capaz de predicar con el ejemplo.
El buen maestro-terapeuta es capaz de ser maestro también de sí mismo y no sólo de otros, es capaz de ser autodidacta.
El buen maestro-terapeuta apoya a que aprendamos a encontrar un equilibrio entre ver a dentro de nosotros y ver a fuera de nosotros, para encontrar un equilibrio donde podamos reconocer que todos somos valiosos y tenemos el mismo derecho a ver cubiertas nuestras necesidades en una situación determinada.
El buen maestro-terapeuta enseña que, el verdadero amor, el amor real, es aquel donde la persona es capaz de reconocer las necesidades del otro, aceptarlas, valorarlas y hacer todo lo que está en sus manos para ayudar al otro a llenar esas necesidades.
El buen maestro-terapeuta enseña el riesgo que existe en sólo suponer las actitudes, necesidades y sentimientos del otro y no comprobarlas a través de indagar y preguntar.
El buen maestro-terapeuta enseña la importancia de reconocer los límites propios y del otro y a respetarlos por el bien de la relación.
El buen maestro-terapeuta hace ver a los demás que tienen todo el derecho a ser felices y que es posible tener una vida plena y llena de amor.
El buen maestroterapeuta es aquel que, con paciencia, afecto y comprensión te enseña a encontrarte y a reconocer que tienes todo el derecho de
SER LA PERSONA QUE ERES.
El buen maestro-terapeuta es aquel que no se pone por encima de aquellos a quienes enseña o apoya y trabaja para llegar a una relación horizontal, donde prevalezca el respeto y la igualdad entre ambos, más allá del rol de cada quien.
Por: Luis Fernando Martínez G.
Nota final
Algunas personas tal vez se pregunten por qué relaciono o pongo en la misma relación al maestro con el terapeuta. En este caso, aclaro, me estoy refiriendo a los terapeutas humanistas y gestalts, debido a que, desde esta corriente (la que yo trabajo), no se considera que el paciente (al que en realidad se nombra como cliente, ya que paciente está relacionado con la enfermedad), un enfermo.
El humanismo ubica la terapia, más bien, en el área de la educación. El cliente, en algún momento de su proceso de desarrollo y por razones siempre justificadas, ha distorsionado la realidad.
En la terapia, nosotros le ayudamos a desaprender aquello que está bloqueando su desarrollo natural y a aprender nuevas formas de ver la realidad, que sean más efectivas y útiles para su sano crecimiento.
El ser humano nunca está terminado, siempre es un ser en proceso de convertirse en persona, y siempre se enfrenta a este ciclo de aprendizaje – desaprendizaje, actualizando siempre no sólo su personalidad, sino sus recursos, sus ideas, sus creencias, sus valores, sus pensamientos, sus emociones y sus sentimientos. Nada está estable, nada es absolutamente permanente o inamovible, es un ser en constante evolución y aprendizaje de sí mismo y de su ambiente.
Estas son, pues, las razones por las que integro tanto para el maestro como el terapeuta, las ideas de lo que significaría, según mi forma de pensar y basándome en los principios de la filosofía humanista, un adecuado trabajo, tanto en la educación, como en el proceso terapéutico.
Muchas gracias.