¿Qué dices tras haber recibido un agradecimiento o reconocimiento?
A veces por modestia o por falso pudor o por supuesta educación, nos sentimos incómodos cuando recibimos un cumplido. Como si fuera “algo malo” el que otros nos agradecieran por algo que hemos dado o que hemos hecho por los demás. Por lo tanto, nos sentimos incómodos y tratamos de evadirlo de diferentes maneras como:
-
Minimizando: “No es para tanto”.
-
Rechazándolo: “No, la verdad no hice nada”.
-
Desviándolo: “Ya, déjalo así, lo dices para que yo me lo crea”.
-
Desvirtuándolo: “¿Dices que hoy me veo bien? ¿Lo que me quieres decir es que los demás días me veo mal, cierto?
Piensa por unos minutos cuáles son tus formas habituales para reaccionar
ante los cumplidos, agradecimientos o reconocimientos que recibes
Yo recuerdo como, hace poco más de diez años, me hice plenamente consciente de mi dificultad para recibir el reconocimiento. Fue justamente el día que me gradué como terapeuta.
Al mencionar la directora mi nombre para que pasara al frente del auditorio a recoger mi diploma, empecé a caminar hacia ella y escuché fuertes aplausos y grandes ovaciones. Eso me desconcertó mucho, no sabía donde meterme, quería sencillamente desaparecer.
Sin embargo no lo hice, me di cuenta de que ese diploma significaba mucho para mí y me había esforzado por cuatro años para obtenerlo entregando lo mejor de mí, por lo tanto, esa ovación y esos aplausos no eran nada que no me mereciera.
Era un reconocimiento de mis compañeros y de las demás personas a mi esfuerzo. Era mío, me pertenecía y me lo merecía sin lugar a dudas. Por tanto, inhalé con fuerza, recibí el diploma y me di la vuelta abriendo los brazos para dejarme sentir la energía del bello reconocimiento que los demás me otorgaban. Fue difícil al principio, pero seguí inhalando y exhalando hasta que lo pude creer y lo pude disfrutar plenamente.
¿De dónde surgía la idea de que yo no lo merecía y que estaba mal aceptar el reconocimiento de los otros? Muy seguramente de mi historia familiar. Yo soy el número diez de una familia de 11 hermanos.
Mi madre era muy exigente e incapaz de reconocer las cualidades de sus hijos, más bien, lo que ella podía o elegía ver, eran nuestras debilidades o carencias.
Esto muy probablemente no era culpa de ella sino de la educación que había recibido donde, lo importante para hacer que los otros (en este caso sus hijos) se superaran y fueran mejores era señalándole sus defectos y no sus cualidades. De esa manera, se creía, la persona superaría esas carencias o debilidades convirtiéndose en alguien mejor, más fuerte, más inteligente o más capaz.
Pero ¿esto realmente es así o, por el contrario, afecta negativamente? La respuesta es la segunda opción. En el mejor de los casos, cuando los padres, profesores o cualquier otra autoridad logran que los niños o jóvenes sean capaces de alcanzar nuevas metas a través de esta forma de educación autoritaria enfocada en el error del otro, lo hacen a un muy alto costo: la autoestima de la persona.
Por mucho que el niño o el joven alcance una meta, se sentirá mal consigo mismo, vivirá sentimientos de inseguridad, miedo o de no merecimiento, como me pasó a mí el día que recibí mi diploma pero que, afortunadamente y gracias a la formación humanista recién adquirida, pude trascender y reconocer que sí era digno recibir el reconocimiento de los otros.
Por lo tanto, lo más sencillo, es aceptar el reconocimiento del otro y decir simplemente: ¡Gracias!.
-
Gracias, me alegra que te haya sido útil.
-
Gracias, me reconforta escucharlo.
-
Te lo agradezco.
Si eres de las personas que les cuesta recibir, a partir de ahora atrévete a probar el hacerlo y observa el efecto que eso produce en ti y en los que te hacen el reconocimiento. Posiblemente sientas resistencia en un principio y tengas la intención de rechazar el cumplido, pero haz lo que yo, respira profundo y date un espacio breve pero suficiente para evaluar si de verdad no te mereces eso que la otra persona te está diciendo. Tú sabrás, dentro de ti, si en realidad es algo que sí te pertenece.
La carta de agradecimiento
Escribir cartas de agradecimiento ofrece muchos efectos positivos para la persona que la redacta y para su destinatario. Quien la escribe, se da cuenta de todos los beneficios que ha obtenido de la otra persona y el destinatario recibe los signos de reconocimiento que lo harán sentir bien y fortalecerán el aprecio por sí mismo.
Piensa por unos instantes: ¿A quién te gustaría escribir una carta de agradecimiento?
Este ejercicio es aún más efectivo si intentas escribirle a alguien a quien siempre le hayas reclamado cosas que siempre quisiste y que no crees que hayas recibido. Tal vez con esto, te des cuenta de lo que si hubo, de lo que si te dio y nunca pudiste ver por estar enfocada en aquello que no obtuviste de la esa persona.
Ejemplo
Carta a mi padre: el mayor regalo.
Querido papá:
Tú ya no estás en esta vida para que yo te pueda agradecer en persona lo que me diste, pero eso no será un impedimento para expresarte lo que siento a través de esta carta.
Por mucho tiempo yo creí que no te importaba, que los preferidos eran mis hermanos y mis hermanas mayores, creí, cuando era niño, que tú simplemente no me podías querer como a los demás. No sé si todos los niños piensen eso, pero era lo que me pasaba cuando no recibía de ti el cariño o la protección de la manera en que yo la esperaba o la necesitaba.
Sin embargo, ahora veo las cosas diferentes y puedo recordar muchas cosas que tú me diste y que te quiero agradecer. Me acuerdo, por ejemplo, cuando tenía cuatro años, me llevabas a tu cremería y me dejabas jugar a lo que yo quisiera y mojarme en el enorme lavabo que tenías en el local. Cuando me daba hambre, me dabas tres monedas de 20 centavos, que eran de cobre, y me mandabas a la tortillería de enfrente a comprar tortillas.
Cuando regresaba, me preparabas ricos taquitos de crema o de queso que me sabían a gloria. Otras veces, cuando me llevabas a casa de mis tías, tus hermanas, me cargabas sobre tu espalda cuando yo me cansaba de caminar y me enseñaste que esa forma de llevarme se llamaba “apupuchi”.
Después, en los últimos años de primaria, durante la secundaria, el CCH y la universidad, algo pasó que nos alejamos y no encontramos muchas maneras de acercarnos y tener contacto.
Yo te extrañaba, me hacías falta, pero no sabía tampoco como pedirte que te acercaras. Tuve que enfrentarme a muchas cosas por mi mismo y eso también te lo agradezco pues me ayudo a crecer, a hacerme más fuerte y superar la sobreprotección que había tenido de mi mamá, mis tías y mis hermanas.
Más tarde, la vida nos dio la oportunidad de acercarnos nuevamente. Yo me enfrenté a muchas crisis cerca de mis 30 años y tuve que regresar a casa contigo y con mamá. Fue algo que me costó mucho trabajo, pues yo ya me sentía libre e independiente desde los 19, pero hoy puedo agradecer a la vida que me haya puesto ante esa situación y que me obligara a regresar pues nunca me hubiera perdido todo lo que sucedió.
Durante ese tiempo, poco antes de que tú empezaras a padecer por la demencia, nos acercamos, tú me apoyaste en las crisis que tuve con mi madre (algún tiempo antes de que yo regresara a vivir con ustedes) y una tarde que discutí muy fuerte con ella por mi orientación sexual, tú te levantaste, me abrazaste y te interpusiste entre ella y yo diciéndole que no me mortificara más, que ya estaba yo sufriendo demasiado.
Ese abrazo fue tan o más importante que aquellas veces que me cargaste de niño. Sentí que con ese abrazo estabas sanando años de soledad, tristeza y de reclamos por haberte alejado. Es una de las cosas que más te agradezco, papá, pues me llenó de felicidad y de seguridad.
Otro enorme regalo que recibí de ti es que hayas dejado esta vida en mis brazos. El día que todo sucedió, yo, por alguna razón, no me fui a trabajar y le dije a mi socio (el compañero con el que escribía la telenovela Con Toda el Alma), que ese día me quedaría a escribir en casa.
Él me insistió en que fuera al despacho, pero yo, sin saber por qué, me negué y me disculpé. Media hora más tarde escuché a mi madre gritar llamándote por tu nombre: ¡Miguel! Yo no lo pensé, bajé corriendo las escaleras y te levanté del suelo ayudado por mi madre y por mi hermana. Te llevamos a la cama más cercana.
Tus labios estaban secos, no podías respirar. Le dije a mi hermana que trajera un té y te humedecí los labios con un algodón. Tú te esforzabas por respirar mientras mamá no dejaba de gritar.
Yo me sentí fuerte en ese momento para seguirte sosteniendo sin sentir dudas y ni miedos. Tú me empezaste a jalar de la camisa, como pidiéndome que te sostuviera, que no te dejara ir, pero después me empujabas con una mano, lo que yo interpreté como una petición de que te soltara y te dejara ir.
Era un debate entre la vida y la muerte, un deseo de soltar y un miedo por hacerlo. Yo te miré a los ojos y, con mi mirada y mi expresión serena te dije: Suelta, papá. Todo está bien. Te puedes ir. Todo va a estar bien. Decidí no decirlo en voz alta por no alarmar a mamá y a mi hermana, pero sé que me escuchaste, que entendiste lo que te estaba diciendo con la mirada. Poco a poco fui sintiendo como las pocas fuerzas que te quedaban en el cuerpo se iban desvaneciendo y como tu mirada azul agua terminaba de apagarse. Tu mano dejó de aferrarse y me soltaste, poco a poco, muy poco a poco la camisa.
Coloqué suavemente tu cabeza sobre la almohada, voltee a mirar a mi madre y le dije: “Ya se acabó, mamá. Papi ya descansó”. Ella dio un grito, mi hermana también empezó a llorar con mucha angustia. Yo, simplemente me concentré en ti y cerré tus ojos sintiendo un enorme, enorme agradecimiento por haber recibido el mayor regalo: que me hubieras elegido a ti, tu hijo número diez, el más diferente a ti, para que te diera el último adiós, para que fueran mis brazos los últimos en abrazarte.
Durante tu sepelio mis hermanos, sobrinos y demás personas se sorprendían de verme tan tranquilo y me preguntaban si no me sentía mal por haber tenido que enfrentarme solo a toda esa situación, yo sólo sonreía y les decía que lo único que yo sabía es que me sentía completamente en paz, como pocas veces en la vida me había sentido y me he vuelto a sentir.
Por todo eso, papá, por el mayor obsequio que he recibido en la vida y que fue la oportunidad de acompañarte en el último momento, quiero decirte con todo mi corazón, ¡Gracias, papá! ¡Gracias! ¡Te amo!.
Ahora es tu turno: elige a tres personas a quienes desees escribir una carta de agradecimiento o de reconocimiento por las cosas que te han dado o que han hecho por ti. Buena suerte.
Si te interesó este tema, puedes ver también el artículo que es anterior a éste:
Gracias esto es muy hermoso, las castas despues de escribirlas hay que entragarlas? o solo escribirlas? la verdad es que muchas veces uno no se atreve a decirle de frente a la persona todo lo que se le quiere y agradecerle con el corazon
Me gustaMe gusta
Aprendo mucho con tus auto revelaciones, gracias por la profundidad y a la vez, sencillez, con la que al mostrarte nos ayudas en el proceso de recibir lo que hemos ganado. Dar y recibir gracias nos pone vulnerables y eso nos ahuyenta. Mas atrevernos a hacerlo no sólo nos humaniza sino que además nos ayuda a tender puentes. Gracias Luis Fernando, me conmoviste!
Me gustaMe gusta
Gracias por tus palabras, Marcela. A veces me siento más dispuesto a «mostrarme» en los artículos y no quedarme sólo en la parte teórica y esta vez así ocurrió. Me nació hablar de cómo me era difícil tanto dar como recibir el reconocimiento. Muchos introyectos detrás, seguramente. Pero la magia de la terapia y ahora de la meditación son mis grandes maestras para lograr salir de ellos (de los introyectos) y madurar haciéndome más consciente de la realidad. Y, para seguir practicando el agradecimiento, nuevamente muchas gracias por tu reconocimiento a mi trabajo y a mí como persona. Muchos besos.
Me gustaMe gusta