Calificar las experiencias de la vida como buenas o malas, o como producto de la buena suerte o de la mala suerte, es una manera simplista y limitativa de ver las cosas. En realidad, no existen experiencias buenas o malas, absolutamente todas nuestras vivencias, por placenteras o dolorosas que sean, nos ofrecen posibilidades para crecer, para tomar consciencia de todo lo que tenemos, de nuestros recursos y de nuestras riquezas. La clave está, en el fondo, en saber encontrar el sentido de dichas experiencias, de tal manera que nos abran las puertas y nos ayuden a trascender tal y como lo promueve la resiliencia. Un ser resiliente, es aquel que no sólo trasciende el dolor, sino que crece a través de él y se fortalece convirtiéndose en una persona más sabia, plena y feliz.