Cómo se destruye una creencia lógica dando paso a una creencia perturbadora
Lulú es una mujer de 35 años. Como todo mundo, toda la vida había utilizado el teléfono y el móvil sin problema hasta que, una madrugada, recibió una llamada en la que un desconocido que le decía que había secuestrado a su hija y le exigía una fuerte cantidad para liberarla.
Lulú entró en pánico e hizo todo lo que le ordenaban por miedo a que le hicieran daño a su hija. Aunque al final todo fue un montaje y ella encontró a su hija fuera de peligro, no se ha podido recuperar completamente a pesar de que ya ha pasado mucho tiempo.
Cada vez que escucha el teléfono, Lulú empieza a temblar, las manos le sudan, siente una opresión en el pecho o se le cierra la garganta. Tiene que hacer un gran esfuerzo para poder levantar el auricular y no entrar en pánico. Lulú adquirió a partir de aquella experiencia lo que se conoce como una creencia perturbadora de vulnerabilidad.
Aunque existan elementos de realidad y siempre se pueda recibir una llamada con noticias desagradables, eso no sucede la mayoría de las veces y Lulú está maximizando el riesgo de que eso suceda, lo que trae como consecuencia que se sienta contantemente ansiosa al escuchar el teléfono y evite contestar por miedo a volver a vivir lo que pasó en aquella ocasión. Lo más grave, es que ahora, su reacción de pánico no es sólo con el timbre del teléfono sino con cualquier sonido similar como cuando alguien llama a la puerta o suena un claxon y, si ella no encuentra la solución, es probable que el problema vaya en aumento.
Desarrollo de creencias perturbadoras en la infancia
Aunque hay creencias perturbadoras que se adquieren en la vida adulta a través de experiencias como la de Lulú, también es muy posible que éstas se desarrollen desde la infancia.
Como ejemplo, durante mi infancia, mi madre, que tenía 11 hijos, nos exigía a todos que fuéramos los mejores en la escuela. Ella no admitía una calificación menor a diez. Si sacábamos 8 o un 9, lejos de felicitarnos por nuestro esfuerzo, nos recriminaba que no hubiéramos alcanzado un mejor resultado y nos exigía que nos esforzáramos más.
Para ella, ningún esfuerzo era nunca suficiente y siempre había algo que no le parecía y nos lo reprochaba o, incluso, nos hacíamos merecedores a algún castigo.
Si las cosas no se hacían perfectas, ella se molestaba y todos en casa, aprendimos a vivir continuamente con ansiedad y con la preocupación de no satisfacer nunca, plenamente, sus expectativas.
Lo que desarrollamos mis hermanos y yo fue una creencia perturbadora de perfeccionamiento, es decir, nos volvimos muy exigentes e intolerantes con nosotros mismos, pero, como ser perfecto no sólo es difícil sino imposible, aprendimos a vivir la mayor parte del tiempo ansiosos, preocupados y con sentimiento de culpa por no estar haciendo lo que debíamos.
Temerosos del juicio y de la crítica, ya no sólo de mamá, sino de cualquier otra persona que juzgara nuestros actos, llegamos a asumir que no era nuestra conducta la que se cuestionaba y se descalificaba, sino que era a nosotros, como personas,quienes estábamos mal y no valíamos lo suficiente. Aprendimos a vivirlo como algo personal y, quien pagó el precio, fue nuestra autoestima, la cual se vio severamente lastimada desde entonces.
Cuando se recibe una crítica o una descalificación por una conducta, la persona asume que la descalificación es a él como persona, y no a su comportamiento.
Algunos ejemplos de cómo la calificación de la acción pasa a la calificación de la persona sería:

En lugar de decir:
Tienes tu cuarto muy desordenado.
Expresarlo como:
Eres un desordenado.
En lugar de expresar:
No me gusta tu conducta irrespetuosa.
Decir:
Eres un irrespetuoso.
En lugar de decir:
No has sido muy constante en tu estudio, necesitas tener más disciplina en tus tareas.
Decir:
Eres un inconstante y un indisciplinado.
Cuando adquirimos una creencia, pocas veces nos atrevemos a cuestionarla. La damos por hecho, tanto como decir que el agua del mar es salada. Si alguien nos dijera que es dulce lo miraríamos extrañados pensando que esa persona tiene algún problema por no percibir la realidad correctamente.
Lo mismo sucede cuando alguien nos dice que nos podemos equivocar y que no es necesario que hagamos todo de manera perfecta. Simplemente no lo podemos escuchar pues, la creencia que se formó desde muy temprana edad, es que no podemos cometer errores y que tenemos derecho a equivocarnos.
Costos y beneficios de nuestras creencias
Para poder determinar si una creencia es conveniente o no es necesario determinar los costos y los beneficios de ser una persona perfeccionista.
Es probable que la educación que los padres muy exigentes quieren dar a sus hijos, tengan la «buena intención» de hacer que éstos se esfuercen al máximo para alcanzar sus metas y lograr que superen sus limitaciones.
Sin embargo, no son conscientes de que los costos de esa exigencia son muy altos: sentimientos dolorosos por sentirse incapaces o insuficientes, frustración, inseguridad, ansiedad, angustia, desconfianza permanente de sus capacidades y que todo esto, a la larga, afecte gravemente su auto concepto, alimentando la idea de que nada de lo que hagan será nunca suficiente, para ganarse el merecimiento de sus padres ni de ninguna otra persona, ni siquiera de ellos mismos.

Existen alternativas menos dañinas y dolorosas, como enseñar a la persona a reconocer sus capacidades y estimular el logro de sus objetivos pero sin caer en el error de exigir la perfección, sino más bien, enseñando a los niños y a los adolescentes que, como seres humanos, son falibles, es decir, que pueden cometer errores y que no hay nada grave en ello, pues siempre pueden aprender de sus equivocaciones para mejorar paulatinamente, pero sin sufrimiento.
El otro aspecto que no se debe descuidar al momento de hacer un juicio o una crítica, es el de separar la conducta del individuo y dejar muy claro que, lo que se está cuestionando, es la acción, no a la persona, de esta manera se dará cuenta de que lo que debe mejorar es dicha conducta, pero que no es algo que debe lastimar su valía como individuo.
Excelente artículo, me encanta todo esto de las creencias 🙂
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Qué bueno que te interese el tema. ¿Qué es lo que más te gustaría saber en relación a esto? ¿Hay algo que te interese en especial?
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Las creencias heredadas sobre todo.
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Las que aprendemos de nuestros padres y que ellos aprendieron de sus abuelos y así sucesivamente, ¿cierto? tal vez las más difíciles de transformar. ¿Te sabes el cuento de la esposa que siempre le cortaba los dos extremos a la pierna de cerdo? Su esposo le preguntó por qué lo hacía, y ella le respondió que «porque así tenía que ser» ya que su madre y su abuela lo habían hecho toda la vida. El esposo no se quedó contento con la respuesta y se lo preguntó a su suegra, quien le respondió lo mismo: «es algo que aprendí desde niña, por lo tanto, así es como debe ser». El hombre insistió y se lo preguntó a la abuela. Ella lo miró sorprendida y le dijo, «pues no sé por qué lo hagan ellas, yo le cortaba los extremos a la pierna, porque tenía un horno muy chico y no cabía de otra manera».
Las creencias se forman a partir de las experiencias… pero cuando «heredamos» las creencias de otros, nos estamos basando en las experiencias de ellos y no en las nuestras, por tanto, tal vez no sean las que nos sirven a nosotros que ya tenemos «hornos más grandes» para cocinar.
Es por eso necesario que siempre nos cuestionemos si, esa creencia que fue útil para otros, nos sirve a nosotros en nuestra vida y en nuestra realidad, o es mejor cambiarla por otra, aprovechando nuestros hornos más grandes y con mayor potencia, ¿no crees? De lo contrario, nos limitamos demasiado y no aprovechamos nuestros recursos y nuestras posibilidades. Es más, podemos estar desperdiciando la «mejor parte» de nuestra pierna de cerdo… o lo que es lo mismo, de nuestra vida y de nuestras experiencias.
Saludos.
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Pues no conocia ese cuento pero explica muy bien a las claras esto de las creencias heredadas. Gracias!!! a esas me referia.
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¡Mi querido Luis Fernando! De nuevo ando por aquí gustosa de dejar un comentario y, principalmente, de saludarte. He estado leyendo tus anteriores artículos, sólo que por cuestión de tiempo no he podido comentar, pero sigo siempre al pendiente del blog.
En esta ocasión me di un espacio para compartirte mi sentir al respecto de las creencias perturbadoras. En mi caso, efectivamente, desde niña fui construyendo una historia personal basada en conductas, actitudes y pensamientos que, con el tiempo, se fueron volviendo en mi contra. Como sabrás, hasta hace unos meses tomé la firme decisión de entrar a una terapia cognitivo-conductual para frenar esa vorágine de emociones tan feas, resultado de todas esas ideas negativas que se gestaban en mi mente, ya que antes no había sido capaz de darme cuenta de que todos mis males, mis enojos, mi ansiedad, mi depresión y mi tristeza no estaban en LOS DEMÁS, sino dentro de MÍ MISMA, por mis propios pensamientos que los generaban.
Ahora te puedo decir que soy consciente de estas ideas perturbadoras, pero también te cuento (como bien sabrás) que cuesta mucho, mucho cambiarlas o siquiera cuestionarlas. Es increíble cómo uno le da tanto peso a ideas ficticias, a pensamientos sobre situaciones que ni siquiera han ocurrido y que hay poca probabilidad de que ocurran…
Precisamente el otro día comentaba con mi chico que me siento como al borde de un acantilado o precipicio con todo ese ímpetu de extender las alas y lanzarme sabiendo que no caeré, sino que podré levantar el vuelo. Pero siento que todavía no me atrevo porque aún existen esos vestigios de miedo en mí, de ese pavor que da romper los propios modelos que uno ha construido toda la vida, porque «¿cómo habría de ser bueno que yo destruya lo que con tanto esfuerzo construí, aunque me dañe tanto?». Ese es el pensamiento inconsciente que a veces a uno lo hace aferrarse tanto a sus creencias perturbadoras, el pensar que SON REALES, que son MÍAS y que van a ser MÍAS SIEMPRE. ¡Pero no! No son parte integral de nuestro ser, sino que nosotros hemos decidido PONERLAS ahí y darles vida.
Ahora me encuentro rompiendo mis moldes no sólo personales sino los que construí de los demás. Es un proceso difícil y me he topado con algunas crisis muy fuertes últimamente, ¿será que debe ser así antes de ver la luz? A veces he querido «tirar la toalla» pensando que nunca cambiaré, que siempre seré así y estaré mal… ¡pero sé que son los contraataques de mis pensamientos negativos! ¡Se niegan a irse! Y es cuando más batalla les debo dar.
Gracias por tocar estos temas, Luis Fernando. De verdad que antes de la terapia yo desconocía totalmente este mundo de los pensamientos negativos y las creencias perturbadoras y ahora, no es que sepa todo, pero estoy descubriendo una visión diferente donde me doy cuenta de que lo que yo creía no ayuda, no beneficia y no hace crecer, al contrario, te estanca y te hunde en emociones muy, muy destructivas. ¡Qué bueno que, a la par de mi terapia, encontré tu blog! 🙂 Sin duda, todo pasa por algo.
¡Te mando un fuerte abrazo, Luis Fernando! ¡Que estés muy bien!
– Lau
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Mi estimada Laura:
Efectivamente, ya extrañaba tus comentarios, siempre tan honestos y tan enriquecedores. He leído con atención todo lo que has escrito y me gusta mucho.Pero permíteme que te haga una observación. Percibo – y corrígeme si me equivoco – a lo largo de todo tu texto, una «autoresponsabilización» por tus creencias perturbadoras.
Quisiera decirte a este respecto, que las creencias son algo que adquirimos del ambiente a una muy temprana edad, por eso son tan fuertes, tan profundas y tan difíciles de erradicar o transformar. No es que tú las hayas inventado de la nada o las hayas construido sola. Son cosas que, con la mejor intención y con los recursos que tenían nuestros padres y maestros, nos inculcaron desde muy pequeños.
Y, como eran personas muy significativas emocionalmente hablando (padres, tíos, abuelos, maestros, sacerdotes), es que generan tanto impacto en nuestra persona.
Por tanto, yo te diría, no lo asumas como un problema tuyo nada más. Comprende que te las enseñaron otros que no tenían la consciencia de las consecuencias que podían ocasionar en tu desarrollo. Que lo hicieron de lo que ellos, a su vez, habían aprendido de sus padres y profesores.
Es algo que hasta hace relativamente poco se ha estudiado a profundidad y se ha transformado en nuestra forma de educar. Antes no se tomaban en cuenta los sentimientos de la persona. Lo que había que transformar era la conducta a cualquier precio y, se creía también, que la mejor manera de hacerlo era a través de la exigencia, de la mano dura y es por eso que la educación era un modelo autoritario.
De ahí se pasó al modelo «permisivo». Como no querían repetir lo que nuestros padres habían hecho con nosotros a con nuestros hijos, los padres de esta generación decidieron experimentar el relajar los límites y la disciplina, creyendo que, de esa manera, sería mejor. Sin embargo, todos los extremos son malos y, de tener padres tiranos, ahora, los padres jóvenes, tienen que lidiar con hijos tiranos. En otro artículo hablaré más detenidamente de eso.
Por último, comprendo que de pronto quieras «tirar la toalla». Sé, por experiencia propia y profesional lo difícil que es transformar esas creencias inculcadas por nuestra educación. Sin embargo, en la medida en que te vas haciendo más consciente de que esas creencias no son «verdades absolutas» sino formas de interpretar la realidad que tenían quienes nos educaron y comprender que, sus intenciones no eran lastimarnos sino ayudarnos a crecer y ser mejores, poco a poco puedes ir encontrando tus propias maneras de transformar esa realidad.
Pero para eso, es necesario que seas, ahora tú, compasiva, comprensiva y paciente contigo misma. Lo que se sembró a tan temprana edad y se alimentó por tanto tiempo, no puede cambiar de la noche a la mañana. Se lleva su tiempo y su esfuerzo, pero créeme, al final, verás que habrá valido mucho la pena. Te habrás ayudado a ti, a tu pareja y estarás sembrando una tierra fértil y amorosa para tus hijos en el futuro, logrando con tu esfuerzo, construir los cimientos de una vida adulta más plena, satisfactoria y feliz, producto también, de tu aprendizaje adquirido a partir de esas experiencias dolorosas.
Te mando un beso con mucho cariño.
Luis Fer.
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¡Hola de nuevo, Luis Fernando!
Otra vez yo, con el gusto de leer tu comentario y agradecerte por cada palabra que te tomas el tiempo de compartirme.
En efecto, como dices, actualmente me siento con una «auto-responsabilización» de mis pensamientos e ideas, ¿por qué? porque sé que yo puedo elegir cambiarlos para que no desemboquen en esas emociones negativas que tanto me han dañado.
En ese sentido, estoy aprendiendo que no puedo tener el control sobre los demás (como no lo tuve tampoco de pequeña cuando se sembraron tantas cosas en mí), pero ahora veo que sí puedo decidir cómo tomar las cosas que me vienen desde el exterior. Hoy, con un criterio más amplio que el que tenía de niña, puedo elegir qué ideas me hacen mal y detectar qué tipo de emociones negativas me provocan, y decidir erradicarlas.
Por otro lado, tienes toda la razón en que muchas de esas circunstancias que me afectaron fueron ajenas a mí, en gran medida inculcadas por padres o personas que estuvieron a mi alrededor, o simplemente porque la misma realidad que me tocó vivir me llevó por caminos sinuosos. Sé con toda tranquilidad que mis padres hicieron lo mejor que pudieron para darme todo, para educarme y procurar que estuviera bien en todo sentido y que su intención primaria fue siempre cuidar de mí. Eso nunca, afortunadamente, lo he reprochado ni me ha nacido pensar lo contrario. Es un gusto y un gran regalo de la vida tener los padres que me tocaron 🙂
Y tienes mucha razón también en que no toda la culpa es mía… precisamente eso es algo de lo que estoy comprendiendo en esta etapa de la vida. Las circunstancias no las elegí yo, las ideas que adquirí cuando era niña y fui alimentando al crecer fueron producto de que yo no conocía más a falta de experiencia, y creía que ser/actuar/pensar así era lo único que había o el recurso que tuve más a la mano.
Pero aún con todo, creo que no sirve de nada buscar culpables en otros ni en mí misma. Lo vivido ya no se puede regresar y sólo queda avanzar de la mejor manera posible, la más sana, la menos tortuosa para mí, y en ese camino me encuentro ahora 🙂 y ¿sabes? mi terapeuta me dijo ayer precisamente lo que me comentas en tu respuesta: que todo proceso de cambiar ideas o pensamientos es difícil y representa un gran reto. Me dijo que sea paciente y no desespere.
Esta semana he sentido mucho avance, por cierto 🙂 ¡Y me siento feliz por ello! Gracias, Luis Fernando, por ser parte también de esto, por tu retroalimentación y toda la buena vibra que mandas a través de tus palabras.
¡Recibe un abrazo muy sincero y muy fuerte! ¡Hasta pronto!
– Laura
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Hola, Laura:
Gracias, como siempre, por compartir tus experiencias personales tan importantes. Creo, de todo lo que me dices, que lo más sencillo es entender todo esto a nivel racional, lo más complicado, y que es nuestro reto como gestaltistas, es ayudar a los cliente a entender esto a nivel organismo, a nivel emocional. Cuando logras sentirlo y tolerarlo, estás del otro lado. Te mando un beso con cariño.
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¡Luis Fernando! 🙂 ¡Nadie lo pudo decir mejor! En efecto, tienes TODA la razón al decirme que se necesita captar todo esto también a nivel emocional y, ciertamente, ¡es la parte más difícil!
En esas ocasiones en que el cuerpo y la mente se desconectan, ¡es complicado conciliarlos! Pero, como diría Jack «El Destripador», vamos por partes 😛 jejeje.
Muchas gracias por cada comentario y aportación, Luis Fernando. ¡Seguimos en pie de lucha y en contacto! ¡Un abrazo sabatino… que estés muy bien!
– Laura
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Gracias, Laura. Otro abrazo para ti. Te comento que, para nosotros los terapeutas Gestalt el proceso no consiste solamente en el entendimiento racional de las cosas, es muy importante, sí, pero el foco está puesto en la experimentación. Una vez que logras darte cuenta de algo, debes ir a experimentarlo en tu vida. A través de prueba y error, identificando cómo es esa experiencia para ti, en particular, más allá de cómo sea para otros, es que irás adquiriendo un verdadero aprendizaje significativo.
Sin embargo, repito, es un proceso, no se logra de la noche a la mañana. Hay que correr riesgos (el de entrar en contacto con la experiencia real), aceptar los errores y los aciertos y aprender de ellos.
En esta y en todas las fases, el terapeuta sirve de apoyo a su paciente. Sin importar el tiempo que se tarde en tomar la decisión y sin importar el resultado que obtenga, está todo el tiempo aceptándolo incondicionalmente y apoyándolo para que pueda arriesgarse las veces que sean necesarias.
Espero que te sirva de algo este pequeño breviario cultural de la terapia gestalt.
UN abrazo con cariño y que disfrutes tu domingo.
Luis Fernando.
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