Este artículo es una crónica para compartir los aprendizajes que adquirí a través de enfrentarme al reto del ascenso a la Montaña Arcoíris en Perú, a más de 5 mil metros de altura.
A unos 100 kilómetros al sureste de Cusco, Perú, existe un arcoíris hecho montaña. Se trata de la Montaña de los Siete Colores, también conocida como Arcoíris y se localiza en la Cordillera del Vilcanota a 5.200 metros sobre el nivel del mar, en el Distrito de Pitumarca. Sus laderas y cumbres están teñidas por unas franjas de intensos tonos de fucsia, turquesa, lavanda y dorado.
El inicio de la aventura hacia la Montaña Arcoíris
A las tres de la mañana nos recogieron en el hotel para conducirnos de la ciudad de Cusco a la Montaña de los Siete Colores. El viaje duró más de tres horas y la mayor parte del tiempo, el vehículo que nos conducía, tuvo que atravesar caminos y carreteras pedregosas rodeadas por acantilados. Los pasajeros éramos nueve mexicanos y dos españoles. La mayor parte del trayecto lo hicimos todavía a obscuras por la hora, por lo que la visibilidad del paisaje era mínima. La mayoría de nosotros intentó dormir mientras llegábamos y, ya cerca de las 6 de la mañana, el guía nos informó que estábamos próximos a nuestro destino por los que nos despabilamos y nuestros corazones empezaron a latir más fuerte de la emoción por la aventura que íbamos a experimentar.
Cuando bajamos de la camioneta aun no salía el sol y se sentía mucho frío, harían menos de 5o C, por lo que todos nos abrigados con chamarras, guantes y gorras que nos ayudaran a guardar el calor del cuerpo. algunos llevábamos gorros tejidos, típicos de Perú, que nos protegían la cabeza y las orejas.

Yo me sentía un tanto preocupado por mi condición física, pues los días anteriores había padecido el llamado mal de montaña por la altura de las ciudades en las que habíamos estado lo que me había provocado dolor de cabeza y en el pecho, taquicardia y dificultad para respirar. Le pregunté al guía que si había la posibilidad de efectuar el recorrido a caballo. Él me dijo que sí pero que la intención del paseo era vivir la experiencia a pie. Me sugirió que intentara hacerlo, después de todo, me dijo: «el objetivo no era llegar primero sino disfrutar del paisaje y de la experiencia». Sus palabras me motivaron y estuve de acuerdo considerando que, en caso de que me sintiera muy mal, siempre existía la posibilidad de alquilar uno de los caballos que ofrecían los habitantes de la montaña.

Ismael, que era como se llamaba nuestro joven guía, cada cierto tiempo nos pedía que nos detuviéramos para que descansáramos y recuperáramos el aire, pues en la medida que estábamos a mayor altura más complicado era poder inhalar. Mientras nos recuperábamos podíamos disfrutar del hermoso paisaje montañoso que nos envolvía e Ismael aprovechaba para comentarnos acerca de los habitantes de la montaña, sus costumbres, sus rituales y otros asuntos de interés sobre la Comunidad Andina compuesta por Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú. Todos lo escuchábamos atentamente mientras disfrutábamos de las maravillosas vistas; a un lado teníamos a los Andes nevados y al otro se empezaba a vislumbrar la magnífica Montaña de los Siete Colores.


El nombre original de La Montaña de Colores y los significados de la Cruz Andina.
Ismael nos contó que el nombre original de la montaña era Vinicunca, pero que resultaba tan poco atractivo para el turismo, que decidieron rebautizarla como la Montaña de Colores, del Arcoíris o de los Siete Colores. Desde que se le empezó a nombrar de esas maneras, la afluencia había crecido y llegaban cada día miles de personas de todas partes del mundo y eso significaba que el nombre había sido una estrategia muy efectiva para el turismo del Perú en general y de la región de Cuzco en particular.
La afluencia de viajeros a la Montaña de Colores pasó de una cuantas docenas a más de mil visitantes por día desde el 2016.

En agosto del 2017, apareció en la lista de 100 lugares para visitar antes de morir recomendadas por expertos en viajes en la página web Business Insider.
Ismael también nos platicó acerca de la Cruz Andina, Chakana o Chacana. Se trata de un símbolo recurrente en las culturas originarias de los Andes. Su forma es la de una cruz cuadrada y escalonada, con doce puntas. El símbolo en sí, representa a la cruz del sur en mayo y es una referencia al Sol y la Cruz del Sur, aunque su forma, que sugiere una pirámide con escaleras a los cuatro costados y centro circular, posee también un significado más elevado, en el sentido de señalar la unión entre lo bajo y lo alto, la tierra y el sol, el ser humano y lo superior. Chakana pues, se comprende ya no sólo como un concepto arquitectónico o geométrico, sino que toma el significado de «escalera hacia lo más elevado».
Cruz Andina o "Chacana". Diferentes presentaciones.

La cruz representa la unión de los tres mundos: el de los dioses, el de los hombres y el de los muertos, cada uno representado por un animal: el Cóndor, mensajero divino y representante de los dioses; El Puma, representante de la fuerza y la fertilidad, mundo de en medio, de los hombres y La Serpiente, representante del submundo y poseedora del conocimiento y la sabiduría.
El cóndor andino es considerado un símbolo de espiritualidad y poder para muchas culturas andinas.

El puma es símbolo de coraje y poder. Se le relaciona con el sol y sus vibraciones en algunas culturas. Algunos de los significados relacionados con este animal son: acción, fuerza, nobleza, paciencia, silencio, decisión, liderazgo, guardián, independencia.

El simbolismo de la serpiente está relacionado con fuerza vital y a la supremacía del género, ambos masculino y femenino. Expande el simbolismo entre las asociaciones lunar y solar y entre dos elementos: el agua y el fuego. Representa también la dualidad y el equilibrio.
Algunas características que se le asocian son: ciclos, renacimiento, paciencia, fertilidad, eternidad, equilibrio, intuición, liderazgo, consciencia, intelecto, protección, soledad, rejuvenecimiento, transformación, saber escondido y dualidad: femenino-masculino, ying-yang, etc.

En la cruz también se reflejan los valores esenciales de la sociedad andina, como por ejemplo, los trabajos recíprocos colectivos, uno que me pareció especialmente hermoso por equitativo y humano fue el de:«
Hoy por ti mañana por mí.» El trabajo se hace como un favor cuando otro necesita ayuda, no por dinero, con la conciencia de que en otros momentos nos devolverán el favor cuando seamos nosotros lo que lo necesitamos.
Tres principios Incas representados en la cruz andina y la complementariedad de los opuestos.
- El amor
- El trabajo.
- El conocimiento.
También se representan las dualidades del mundo, igual que lo hace el símbolo chino del Ying Yang. Por ejemplo: El bien y el mal; lo masculino y lo femenino; el sol y la luna; la noche y el día. Todos ellos opuestos complementarios.

Después de aprender un poco acerca de los Incas y su cruz con la información dada por nuestro guía seguimos nuestro ascenso y, unos 40 minutos más tarde, nos encontramos con los primeros habitantes de la montaña: Una mujer con dos niños de 7 y 9 años y un bebé de brazos. Junto a ellos había unas llamas. Nos tomamos fotos con ellos y algunos de los del grupo les regalaron chocolates y juguetes que traían para tal fin. Los niños se pusieron muy contentos al recibir los regalos y los dulces.

Continuamos el recorrido y, mientras más ascendíamos, las molestias por la altura se empezaban a presentar. Como apoyo para resistir las sensaciones de falta de aire, muchos de nosotros mascábamos hojas de coca o disolvíamos caramelos también de coca en la boca. Otros más intentaban recuperar la energía comiendo barras de chocolate. Como bien había dicho Ismael, el ascenso de la montaña implicaba tanto esfuerzo que incluso nos olvidábamos de beber agua. En una de las pausas durante el recorrido, nos pidió que tomáramos una piedra no muy grande, que pudiéramos cargar con facilidad. En ese momento no nos dijo más, pero nos comentó que, más adelante nos diría cuál era la razón de lo que nos estaba pidiendo.

Pachamama, la madre tierra.
Pachamama es un concepto que procede de la lengua quechua. Pacha puede traducirse como “mundo” o “Tierra”, mientras que mama equivale a “madre”. Por eso suele explicarse que la Pachamama es, para ciertas etnias andinas, la Madre Tierra.
Después de haber recorrido otro buen tramo llegamos a una zona de la montaña donde había diversos montículos de piedras encimadas unas en otras. Nos dijo que todas esas “esculturas” improvisadas eran creadas por los diferentes visitantes de la montaña y que nosotros podíamos elegir la que más nos gustara para colocar nuestra piedra en ella. Así seríamos co-creadores de la escultura junto con los visitantes que ya habían pasado por ahí en otro tiempo y con los que llegarían después de nosotros.
Se entiende que la Pachamama protege a las personas y les permite vivir gracias a todo lo que le aporta: agua, alimentos, etc. Los hombres, por lo tanto, deben cuidar a la Pachamama y rendirle tributo. Se trata, en definitiva, de una especie de divinidad o del centro de la cosmovisión de estos grupos. La Pachamama no es únicamente el planeta (la esfera terrestre), sino que abarca mucho más. Es la naturaleza que está en contacto permanente con el ser humano, con quien incluso interactúa a través de diversos rituales.
Ismael nos indicó que, antes de colocar la piedra en la escultura que había elegido cada quien, tuviéramos dos intenciones: la primera era darle una ofrenda a la Pachamama (Madre Tierra) por todas las cosas con las que nos había bendecido. La segunda, era pedirle también a Pachamama, que nos ayudara con nuestras cargas en la vida haciéndose cargo de ellas.

Yo observé entre todos los montículos ahí presentes y elegí uno. Me acerqué, miré mi piedra primero, luego el montículo y después todo el paisaje que nos envolvía. Sentía el aire frío, el cansancio de todos los músculos, las emociones en mi pecho… Sentí también la tierra bajo mis pies sosteniéndome y a toda la cadena de montañas cobijándome… en mi pecho empecé a sentir una gran emoción, sentía como, en realidad, la tierra, la Pachamama me brindaba su protección… le agradecí por todo lo que me había regalado en mis 56 años de vida… empezando por la vida misma y por la oportunidad de estar ahí, en ese maravilloso lugar… después, como si se tratara de un niño herido y con miedo que se acerca a su madre pidiéndole ayuda y consuelo, le pedí a la Madre Tierra que tomara mi dolor y mis miedos y me liberara de ellos dándome a cambio serenidad, paz, amor, confianza…
Una vez hecho esto elegí un lugar para colocar mi piedra, haciéndolo con cuidado para no derrumbar la estructura construida con las otras piedras de otros viajeros. En ese momento las lágrimas brotaron de mis ojos por la emoción y la opresión de mi pecho cedió un poco lo que me permitió respirar mejor. Decidí entonces tomar otras dos piedras que estaban por ahí y repetir el ritual, pero ahora en nombre de mis dos mejores amigas, dando gracias en su nombre por todas las bendiciones y pidiendo que también ellas fueran liberadas de sus respectivas cargas. Al terminar de colocar las dos piedras restantes me observé y me di cuenta de que me sentía pleno, alegre, completo y en paz.

Terminando nuestro ritual continuamos nuestro viaje. El ascenso cada vez era más empinado, la altura nos generaba a la mayoría una sensación desconocida de mucho malestar. Los más de cinco mil metros de la Montaña de Colores provocaba que mi corazón latiera con mucha más fuerza, que me costara respirar, que mis brazos, mis piernas, la cabeza y el tronco me dolieran al grado de sentir que se podían paralizar… sentí miedo, mucho miedo de rendirme y no llegar a la cima de la montaña. Me pregunté qué podía hacer: Una opción era terminar el recorrido a caballo… pero también podía hacer uso de mis herramientas personales. Esto fue lo que una parte muy profunda de mí decidió, más allá de mi mente racional.
Me dije a mí mismo: “¡Olvídate del dolor! Aunque esté ahí, apártate un poco de él (proceso de desidentificación). Me dije también mentalmente: “Pon atención sólo en el paso que estás dando… uno a la vez… como si fuera el único y no existiera ninguno más.” Cuando me dije esto pensé en la meditación caminando que había leído en varios libros de autores budistas y que había practicado en varias ocasiones con mi maestro Robert K. Hall durante los retiros de silencio y meditación.
El dolor de mi cuerpo no desapareció como tampoco la sensación de ahogo ni el ritmo acelerado de mi corazón que parecía salirse de mi pecho… pero ahora toda mi atención estaba en mis piernas y en mis pies dando sólo un paso que me permitía avanzar. Para ello me ayudaba repetir una y otra vez al momento de hacer los movimientos de mis pies: “levanto… avanzo… coloco… levanto… avanzo… coloco… levanto…. avanzo… coloco…” La atención plena estaba en esos tres movimientos y no existía nada más. Yo era uno junto con la experiencia. Había una intención que me motivaba, llegar a la cima, y eso me permitía concentrarme en el momento presente haciendo un poco de lado las sensaciones desagradables o dolorosas para enfocarme en aquellas que me permitían avanzar, un paso a la vez, hacia la cima, hacia mi objetivo, eso era lo único que existía en cada instante sin pensar en nada más. Note que la respiración se regulaba un poco al hacer eso y que el miedo por mi corazón agitado también se tranquilizaba…
“El modo de andar contemplativo supone relegar la percepción exterior en favor de la interior. Estoy en total intimidad conmigo. Experimentando cada paso desde el interior. Únicamente este paso. Y una y otra vez: “éste es el único paso”. Naturalmente nuestra razón quiere evadirse. Se aburre. Lo mismo que en las sentadas contemplativas se observa la respiración, aquí se observa solamente el paso. El andar se convierte en ejercicio contemplativo.
Esa forma de andar no se puede “hacer”. Solamente puede ser practicada con la esperanza de alcanzar la experiencia profunda. Requiere tiempo y el peregrinaje proporciona el tiempo y la oportunidad. En el andar contemplativo su sentido profundo se cumple. El peregrinaje, o es contemplación o se convierte en turismo.”

Finalmente llegué al primer mirador. Faltaba poco menos de un kilómetro en una pendiente muy pronunciada para llegar a la meta, pero yo necesitaba un poco de respiro antes enfrentarme al último tramo. Decidí descansar junto con otros grupos de personas (no veía a nadie de mi grupo, ni tampoco a nuestro guía), de cualquier manera, decidí esperar que Axa me diera alcance.
Después de recuperar el aire sentado sobre una roca, me acerqué a la entrada del mirador y vi a Axa que llegaba con una expresión desencajada por el esfuerzo que había hecho. Lo miré, le sonreí con amor y le dije: “Ya estás aquí. Lo lograste.” Nos abrazamos y lloramos juntos. Ambos lo habíamos logrado poco más o menos con los mismos recursos: enfocándonos en el objetivo, haciendo a un lado el dolor y la exigencia y concentrándonos en cada paso. Lo conduje a un lugar donde pudiera sentarse y descansar mientras iba hacia un indígena que ofrecía te caliente de coca. Le pedí uno para mí y otro para Axa. Regresé con él, le ofrecí su taza, bebimos lentamente y contemplamos el paisaje de la montaña de colores mientras recuperábamos el aliento.

Cuando sentimos que habíamos recuperado las fuerzas volvimos al camino, a la parte más compleja. Ahí nos encontramos con Ismael que venía de regreso a nuestro encuentro. Nos avisó que el resto del grupo ya había emprendido el descenso. No nos importó. Cada quién había enfrentado la experiencia a su propio ritmo y con sus propios recursos. Le pedimos que nos hiciera unas fotos y nosotros también sacamos fotos del paisaje y varias “selfis” de ambos. Nos sentíamos plenos y felices…

Cuando llegamos a la camioneta subimos y alcanzamos nuestros asientos con las pocas fuerzas que nos quedaban. Yo incliné el asiento y no quise tomar ni agua. Axa, igualmente, intentó comer, pero no pudo, no había fuerzas para nada, sólo para estar ahí, inmóviles, respirando, siendo conscientes de nuestras sensaciones y de lo que acabábamos de vivir. Nos esperaba un regreso con más de tres horas de recorrido, pero con una enorme satisfacción por lo conquistado y por lo aprendido.
Consejos para sobrevivir en situaciones extremas.
Nunca pierdas la confianza en ti. Tampoco pierdas la confianza en tus recursos, en la circunstancia, el ambiente, en los demás.
Ten claro tu objetivo. Si clarificas tu objetivo y te empeñas en lograrlo, no importarán los obstáculos que se antepongan entre tú y él. Tu mente estará enfocada en que, lo único importante, es lograr lo que te propongas. En la experiencia que te comparto hoy, obviamente mi objetivo era alcanzar la cima más allá de mi cansancio y mi malestar.
Busca el placer de las cosas más simples, pues eso te ayudará a ganar un valor inmenso. Puede ser una sombra, la belleza de unas rocas o incluso el tiempo para estar a solas, reflexionando sobre cómo nos pasamos la vida preocupados por cosas triviales.
Nunca pongas por debajo de la expectativa del dolor tu nivel de voluntad para tolerarlo. En la terapia denominada ACT (Terapia de Aceptación y Compromiso) hay una técnica que consiste en imaginar o reconocer el grado de dolor o dificultad que implica la experiencia que estás viviendo y darle un número del 1 al 12, donde 1 es poco doloroso y 12 lo más doloroso. Después eliges también el grado de dolor que estás dispuesto a tolerar del 1 al 12. El secreto está en nunca poner un grado mayor al primer marcador, al del nivel de dolor que puede implicar la experiencia, sino que, el segundo marcador, el que indica tu grado de tolerancia debe estar siempre al mismo nivel o mayor para que tu mente se programe y esté dispuesta a resistir mayor dolor del que la experiencia puede contener, durante el tiempo que ésta dure. De esta manera estarás “en ventaja” con lo que la experiencia te pone como reto. Si programas tu capacidad para soportar el malestar por debajo del dolor que la situación puede implicar, estarás en desventaja.

Apoyarse y apoyar a otros que estén en la misma situación. El recordar que casi nunca estamos solos en una situación desesperante puede ser de mucha ayuda. En mi experiencia en la montaña recordé que mi pareja venía varios metros detrás de mí. Pude darme cuenta de que él también la estaba pasando mal y tenía dificultades para seguir adelante. Así que le grité: “¡Has meditación caminando! ¡un paso a la vez! Él asintió. Continué con mi ascenso y unos minutos después Ismael el guía se me acercó para cerciorarse de que todo fuera bien conmigo. Yo le respondí que estaba bien. -«estoy ayudándome de la meditación caminando”-. Ismael sonrió y me dijo: “Igual que el señor de allá atrás… – refiriéndose a Axa-. está haciendo ‘walking meditation’*.” Yo sonreí sabiendo a quien se refería.
*Utilizo el termino en inglés que fue la forma en que Robert, nuestro maestro de meditación que es Norteamericano, nos enseñó.
Fuerza de Fe: En un momento de desesperación, la fe puede ayudar. Solicitar ayuda a una fuerza superior no está de más, cuando todo lo que podía salir mal ha sucedido. En ese momento lo que puede pasar es que sintamos que no todo depende de nosotros y que hay algo más grande que nos ayuda y nos protege.
Poner atención sólo en el momento presente. Para eso me valí en esta ocasión de la meditación contemplativa o meditación caminando. Eso me ayudó a no permitir que mi mente viajara al pasado o al futuro con fantasías catastróficas.
Para sobrevivir en situaciones extremas: (Afortunadamente yo no tuve que llegar a esto). Para sobrevivir, a veces es necesario ir en contra de todo lo que uno creía que nunca haría en su vida. Por ejemplo: uno podía creer que jamás mataría para no morir de hambre; sin embargo, en estas situaciones, todas aquellas certezas se ven modificadas.
No sobreidentificarse con las emociones o sentimientos incómodos. No olvides que, en el camino para lograr tu objetivo pueden aparecer el miedo, el dolor, los obstáculos que habías o no habías considerado… Lo importante es marcar una distancia entre tú y los pensamientos, entre tú y las emociones, entre tú y las sensaciones. Eso te permitirá no dejarte dominar por el miedo o el malestar y poner atención sólo en el paso que estás dando dejando a parte todo lo demás. No es que desaparezca el dolor, el miedo o cualquier otra emoción o sensación, pero será más fácil manejarlos si no pones el foco de atención en ellos, sino solamente en el paso que estás dando en cada momento.
Ve la experiencia como una posibilidad. Una oportunidad de crecer, de aprender, de fortalecerte. Vívela como un gran reto y, en la medida de lo posible, disfrútala y piensa en los beneficios o regalos que te traerá si logras lo que quieres.
Todo lo anterior constituyen las características de la personalidad resiliente: confianza, fe, actitud positiva, creatividad, reconocimiento de las posibilidades personales, autoapoyo y apoyo, imaginación, objetivos claros… herramientas personales que nos ayudan a superar la adversidad y salir fortalecidos de ella.
Si lo logras, agradece y bendice lo vivido. Si no logras, también agradece y bendice la experiencia pues no es el final. Vívela como parte de un proceso más amplio y lo que has vivido experiméntalo como una etapa de camino que te enseña y fortalece a partir de los errores para que puedas continuar hasta el final.
