Este es el título de un libro sobre resiliencia que nos ayuda a ser conscientes de cómo, muchas veces, nosotros mismos nos cerramos las puertas y nos limitamos por nuestra actitud y nuestra forma de pensar.
Eso me dio pie a escribir mis reflexiones sobre este tema en relación a lo que detecto frecuentemente en la conducta de pacientes, conocidos y, debo reconocerlo, en mí mismo.
Sentirnos demasiado fuertes e invencibles
Una de las ideas que nos puede llegar a ser perder el piso o la perspectiva de las cosas, es sentirnos como Superman, demasiado fuertes. Hay personas que creen que tienen que solucionarlo todo, tanto lo que les concierne a ellos como a los demás. Nunca se dan la posibilidad de reconocer cuando no pueden o no quieren hacerse cargo de un problema. Mucho menos son capaces de aceptar cuando se sienten débiles, vulnerables, impotentes, ignorantes, incapaces y, por lo tanto, no se permiten pedir ayuda a nadie más. Si no pueden solucionar algo con sus propios medios, no desisten, lo siguen intentando de manera desesperada y, con frecuencia, con esto llegan a empeorar la situación o a sentirse estancados, lo cual los frustra y les genera malestar.
Estas personas, con seguridad, fueron en su infancia o en su adolescencia presionados por su entorno para asumir responsabilidades que nos les correspondían y que tendrían que haber sido resueltas por los padres o por otros adultos. Como esto no sucedió y se les delegó a ellos dicha responsabilidad, aprendieron qué, si no se valían por ellos mismos para protegerse a sí mismos o a sus seres queridos que consideraban en riesgo como la madre, hermanos pequeños, etc.
En esas circunstancias no tuvieron más remedio que hacerse cargo de las situaciones por sí mismos. Sin embargo, no se percatan de que, ya como adultos, una vez que superaron aquellas experiencias de indefensión, no es necesario que sigan todo el tiempo haciendo lo mismo. Ellos siguen pensando que la solución de los problemas personales o los conflictos de los demás depende de ellos enteramente, como en el pasado. Se sienten, también, incapaces de reconocer su vulnerabilidad y necesidad de ayuda. No se atreven a decir: “no puedo, no quiero, no me siento capaz, necesito que alguien me ayude”. Muchas veces ni lo piensan, pues decir eso les provoca ansiedad y desconfianza, por lo tanto, siguen intentando resolver todo sin la ayuda de nadie sin medir las consecuencias.
Al final, se sienten agotados, deprimidos y su salud física y mental se pone en riesgo a medida que se aferran a esta actitud y al viejo guión de: “Si no lo hago yo, no lo hará nadie más”. ¿En verdad son tan imprescindibles que sólo ellos pueden resolver los problemas? ¿de verdad no hay nadie más que se pueda hacer cargo de la situación?
Siempre digo a mis pacientes que tienen este perfil de “robles” que tengan cuidado, pues, un roble, al final, puede ser derribado por las fuerzas de la naturaleza sin importan que tan grande sea.
En cambio, si se elige ser como los bambúes, gracias a que son flexibles y adaptables, pueden mecerse sin peligro y sin quebrarse, precisamente por eso, porque son capaces de adaptarse a cualquier tipo de viento sin ejercer resistencia. También, la sabiduría gregaria de los bambúes, nos inspira para reconocer que la verdadera fuerza no está en la individualidad ni en la autosuficiencia, si no que, por el contrario, se encuentra en la unión del grupo.

Demasiado serios
Hay otras personas que lo ven todo con los lentes de la seriedad, la formalidad o la responsabilidad. No les gustan las bromas ni intentan relajarse. La vida es seria, ellos son serios, se toman muy en serio todo. Si alguien intenta ser amable o simpático, lo consideran una burla, una falta de respeto, un insulto a su persona.
No han oído aquel dicho:
“No te tomes la vida tan en serio, que nadie ha salido vivo de ella”.
Tampoco la historia de un nuevo paciente que está en la sala de espera del consultorio de un terapeuta. Está observando a otro paciente, sentado frente a él, que tiene la mirada fija en el piso y una actitud de agobio y desesperación, los hombros caídos, el ceño fruncido, la respiración apenas perceptible.
El terapeuta llama a este paciente y, una hora después, al salir, el nuevo paciente se sorprende de ver alguien totalmente diferente. Ahora, el que hace unos minutos parecía al borde del suicidio, camina con la espalda recta, tiene otra expresión, más relajada y sonriente, incluso, al pasar junto a él, le sonríe y se despide con amabilidad.
El nuevo paciente entra y le pregunta al terapeuta:
– ¿Qué le dio a ese hombre? Cuando estaba esperando que lo recibiera, parecía un alma en pena, y ahora que se va, parece que le volvió el alma al cuerpo. No lo entiendo -. El terapeuta sonríe y le dice:
– Sólo le recordé la 5ª regla.
– ¿La 5ª regla? – pregunta el nuevo paciente -. No entiendo, ¿cuál es la 5ª regla?
– ¿No la conoce? La 5ª regla nos dice: “No te tomes tan en serio, ríete de ti mismo y de tus problemas”.
– ¿Eso es todo? – pregunta el nuevo paciente un poco escéptico. Después, reacciona con curiosidad y le pregunta al terapeuta. – Bueno, si esa es la 5ª regla y tiene tan buen resultado, ¿cuáles son las otras 4?
– No existen las otras. Para tener una vida más feliz, sólo basta con la 5ª regla.
Demasiado fatalistas o pesimistas
Otro tipo de personas son los que quieren ver siempre lo malo de las cosas. Son fatalistas, y no sólo se fijan en lo negativo, negando lo positivo, sino que exageran la realidad distorsionándola. Estos son los fatalistas que miran la vida a través de unas gafas completamente obscuras.
En una ocasión, cuando empezaba a salir con mi compañero actual, le llamé por teléfono a su casa y le hice la pregunta de rutina de ¿cómo estaba?, él, en un tono de fatalidad y una actitud melodramática, me dijo respondió:
– ¡Mi vida es un caos!
– ¿Por qué? – le pregunté.
– No llegó la secretaria. No me firmaron los papeles que necesitaba. Quise ver al director para resolver un asunto urgente y me dieron la cita hasta dentro de una semana.
– Bueno – le respondí -, yo escucho que tuviste una mañana complicada, no que tu vida sea un caos.
El guardó silencio en el otro lado de la línea y me imaginé que estaba reflexionando sobre lo que le había contestado. Yo seguí la plática de manera informal.
– ¿Y ahora qué estás haciendo?
– Aquí, en mi casa – me respondió todavía en el mismo tono melodramático –, para colmo, no había comido nada y ahora me estoy comiendo una pasta inmunda.
Yo tuve que contener la risa al escuchar lo que me decía.
– ¿pasta inmunda?
– Sí. Una que me sobró del fin de semana. La saqué del refrigerador y me la estoy comiendo en el toper para no ensuciar un plato.
– ¡Nada de eso! – le respondí -, vas a ponerla en un plato y vas a buscar en tu despensa unos champiñones o cualquier otra cosa y se los agregas a tu pasta. Luego la vas a calentar, y te vas a comer acompañada con una copa de vino que de seguro tienes en el refrigerador.
Ahora, varios años después, ambos recordamos esa escena con diversión. A partir de entonces él se dio cuenta del tono trágico con el que hablaba cuando contaba sus experiencias más cotidianas y, cuando vuelve a caer en ello, él mismo me dice: “Ya estoy de nuevo como con lo de la pasta inmunda, ¿no es así?”, yo sólo sonrío, asiento y él cambia automáticamente su manera de decir las cosas y, al mismo tiempo, cambia su estado emocional.
Así las cosas. No hay comportamientos totalmente buenos ni malos. Todo depende del contexto y de que seamos adaptables a las circunstancias. Si siempre queremos responder de la misma manera a todas las experiencias, terminaremos cansados, frustrados y dándonos cuenta de que, la respuesta que es buena en una situación no necesariamente es conveniente en otra, por parecidas que éstas sean.
Siempre es recomendable pararse en un punto neutro y elegir, de acuerdo a cada situación, cuales son las mejores alternativas para esa cuestión en particular.
Seguiremos hablando de esto. Que tengas un buen día y recuerda: ni tan fuerte ni tan débil, templado. No te tomes tan en serio a ti mismo ni veas la vida con una mirada trágica, más bien, intenta ver al mundo con una mirada apreciativa reconociendo lo bueno, lo bello y lo hermoso. Te sorprenderás de descubrir todo lo que tienes que agradecer y lo afortunado que eres.

muy lindo artículo. Tuve una relación de pareja de un año y ahora hace justamente un año que estamos separados y aunque estoy con apoyo psicologico, mi vista es muy fatalista. me cuesta bastante superarlo.
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Luisina, no olvides que es un proceso y se lleva su tiempo. Lo más importante es dejarte sentir todas las emociones sin negarlas ni reprimirlas. CuAndo menos lo esperes lo habrás superado y te sentirás liberada. Gracias por visitar mi blog.
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Ni la fortaleza ni la debilidad se encuentran donde nos dijeron que estaban…
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Gran artículo, me conmueve cuando dices, hasta a ti mismo, buen fin de semana Luis Fernando, a seguir caminando!!!
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Lo mismo te deseo a ti, Refugio. Que tengas un lindo fin de semana, descansa y disfruta mucho.
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