El amor real debe ser incondicional: La persona debe quererte por lo que tú eres, con tus aspectos positivos y negativos, no por lo que quiere que tú seas.
Ante tantos condicionamientos de la infancia, la adolescencia, la juventud y la vida adulta, llega un momento en que resulta difícil, sino imposible, reconocer quién es uno en realidad.
¿Se puede llegar a saber de verdad quien es uno mismo? ¿O será más sensato aceptar que no existe un yo puro, sino una síntesis de todos los contactos que uno ha vivido desde el primer instante de la existencia?
Cuando niños, escuchamos cosas tan variadas como:
- Eres maravilloso,
- ¡No sirves para nada!,
- ¡Vas a ser grande como tu abuelo!
- Nunca vas a ser alguien en la vida,
- Eres tan buen hijo.
- ¡No te soporto, ojalá nunca….!
Y muchos adjetivos más que nos marcan en mayor o menor medida.
También, durante la infancia, si cumples con las expectativas de los mayores – es decir de «la autoridad» -, es seguro que los juicios sean positivos y te premien con aceptación y reconocimiento.
Pero, si eres rebelde y llevas la contraria, lo que recibirás serán críticas y desaprobación.
Esto empieza durante la infancia, pero lo que pasa en casi todos los casos, es que se convierte en un patrón que funciona de por vida.
El costo de ser congruentes con nosotros mismos, con relativa frecuencia, puede ser el rechazo o la no aceptación de los otros, incluso de los que más queremos, que es de quien más nos duele no sentirnos aceptados.
Sin embargo, aunque duela, tenemos que ser conscientes de que:
El precio de no ser leal a uno mismo por ser aceptado, puede llegar a ser la propia dignidad.
Es una cuestión de prioridades, ¿a quién quieres proteger, a ti mismo o a los otros?
Fritz Perls (el fundador de la psicoterapia Gestalt), solía decir que en la vida no había alternativa: en cada situación de conflicto debemos decidir si nos interrumpimos a nosotros o interrumpimos a los demás.
Fritz pensaba que, durante la infancia, el individuo se interrumpe más a sí mismo que a los otros – al decir “interrumpir”, Fritz se refería a las necesidades propias o las necesidades de los demás -, pero él manifestaba su esperanza de que, el individuo, en la medida en que madurara, se interrumpiera menos a sí mismo aunque eso implicara desilusionar a los demás al no llenar sus expectativas.
Pablito es una persona que se preocupa con frecuencia por la imagen que los demás tienen de él. En el fondo, Pablito lo que teme es que los demás lo rechacen o se alejen, por lo tanto, se olvida de atender sus deseos para complacer a los otros, postergando o negando sus necesidades personales. Esto, a la larga, le ha traído mucha frustración e insatisfacción. Veamos un diálogo entre Pablito y su terapeuta durante una sesión:
– Me imagino que es muy frustrante estar todo el tiempo tratando de complacer a los demás, Pablito. –Le preguntó durante la sesión su terapeuta -.
– (Con expresión de fastidio) Sí, a veces me cansa mucho y me aburro de estar adivinando y complaciendo a los demás.
– ¿Y por qué lo sigues haciendo? – lo cuestiona el terapeuta.
– Me da miedo el rechazo y el juicio de los otros.- Responde Pablito.
– ¿Qué te imaginas que podría pasar?
– (Mirándose las manos y apretando la quijada) Que se alejaran de mí, por supuesto, que me dejaran de querer.
– Con tono empático, su terapeuta le responde. – Estás pagando un precio muy alto por el amor de los demás.
– Sí, lo sé… y me pesa, porque al final, el que termina resentido soy yo.
– Resientes que los otros no te acepten como eres.
– Así es.
– Pero, tal vez – le respondió su terapeuta – sería bueno que empezaras por aceptarte y quererte a ti mismo.
– ¿Cómo?
– Cuidándote, queriéndote, sintiéndote merecedor…
– ¿Merecedor? – preguntó Pablito extrañado – ¿De qué?
– De respeto. Tu eres una persona DIGNA, y ser DIGNO significa precisamente eso: sentirse merecedor de respeto, de SER TÚ MISMO sin tener que utilizar máscaras para hacer creer a otros que eres lo que ellos esperan que tú seas.
Pablito se queda muy pensativo al escuchar esto. Lo que había hecho todo este tiempo era negarse la posibilidad de ser él mismo.
-Pero, si soy yo mismo y los demás me rechazan. – Se atreva a preguntar con un poco de temor, tan sólo de imaginarlo.
-Tal vez lo que necesitas aprender es que no vale la pena la compañía o el cariño de alguien que no te acepta incondicionalmente y que pone condiciones de cómo debes ser si quieres que se quede a tu lado y que te quiera. Eso es amor condicional, y como tal, no puede considerarse amor verdadero. El amor real debe ser incondicional. La persona debe quererte por lo que tú eres, no por lo que quiere que tú seas.
– ¿Y si me quedo completamente solo?
– ¿De verdad crees que eres tan mala persona como para que nadie te pueda aceptar como tú eres?
– No lo sé… me da miedo comporbarlo.
-Bueno, pues descuenta a uno de tu lista. Yo no te pienso rechazar. Con tus miedos y demás sentimientos, tus juicios, tus actitudes y conductas, yo te aprecio y te considero alguien muy valioso. Tan valioso y merecedor como cualquier persona.
-¿No esperas de mí nada?
-¿Cómo qué?
– Que yo sea menos neurótico, más maduro, menos ansioso y temeroso de la gente… lo que esperaría cualquier terapeuta de su paciente.
El terapeuta lo mira sonriendo con ternura y le responde:
– Yo te aprecio con tu inmadurez, tu ansiedad, tus miedos y tu neurosis. Te apoyo en los cambios que quieres hacer porque tú quieres ser más feliz y sentirte tranquilo. Pero quiero que quede claro que yo no necesito que cambies para aceptarte. Decidas como decidas ser y actuar, yo te voy a apoyar y voy a respetar tus decisiones y, si decides cambiar porque crees que eso te hará más feliz, también te voy a apoyar y a apreciar de la misma manera y me voy a sentir muy bien de que tú te sientas bien al quererte, aceptarte y respetarte, con tus cualidades y tus debilidades.
En ese momento, los ojos de Pablito se humedecieron y sintió vergüenza, por lo que intentó cubrirse el rostro con las manos.
-¿Qué pasa?
-Nada… bueno, si… que me siento raro con lo que me dices… nunca me habían dicho que me aceptaban por ser así, tan problemático, siempre me han criticado mi manera de ser…
-¿Y puedes recibirlo hoy de mí?
-Me gustaría, pero no sé como.
-Así como lo estás haciendo, con tus lágrimas y tu no saber qué hacer… yo me siento agradecido de que no trates de ocultarme tus sentimientos y tu vergüenza, que tengas el valor de mostrarme tu vulnerabilidad.
-¿El valor de mostrarte mi vulnerabilidad? – le respondió Pablito sorprendido y atreviéndose a mirarlo a la cara, a pesar de sus lágrimas – ¿no es una contradicción?
-¿Qué cosa?
-El que sea vulnerable y me digas que eso es valor y no cobardía.
-No cualquiera se atreve a mostrar sus miedos y su flaqueza, creo que se requiere mucho valor para eso, mucho coraje de que otros te puedan criticar por no ser “fuerte” y valerte por ti mismo.
-Nunca lo había visto así… pero tiene sentido lo que dices… es más cobarde ocultarse a uno mismo… que es lo que yo siempre he hecho…
-Hasta este momento. Hoy estás haciendo algo diferente.
-Sí… estoy haciendo algo diferente. Y me gusta… quiero aprender a ser más auténtico… ¿qué tengo que hacer? ¿cómo puedo empezar?
-Ya empezaste ahora mismo, ¿y qué tienes que hacer? lo que estás haciendo en este momento: decir lo que sientes y ser como tú eres, ése es ser tú, no tienes que hacer otra cosa ni ser otra persona.
-Sí, hay algo más. – Le dijo Pablito al terapeuta -, aprender a tener el valor de aceptar la respuesta de los demás, ya sea que me acepten o que me rechacen, reconocer que puedo con ello y que no me voy a morir si me critican o me juzgan.
-Estoy de acuerdo contigo, eso también es algo que te va ayudar a ser tú mismo: reconocer que puedes recibir aceptación o rechazo.
-Y será mi decisión lo que quiera hacer con eso… alejarme o quedarme. Es como… ¡recuperar mi libertad!
– Recuperar tu libertad de ser…
– ¡Recuperar mi libertad de ser yo yo mismo…! de ser auténticamente PABLITO, bueno, en vista de que ya no quiero ser el eterno “niño”, de ser auténticamente PABLO. ¿Suena mejor, no crees?
-¿Cómo te “suena” a ti, Pablo?
– Me encanta – la cara se le ilumina con una sonrisa -, y no sólo me encanta, me hace sentir muy tranquilo, como hace mucho que no me sentía, sin esta opresión del pecho… y muy en paz. -Sin percatarse mucho de que lo hace, Pablo se incorpora y se sienta más erguido sobre su asiento. – (Sonriendo y con expresión relajada) Creo que me gusta esto de ser auténtico y de dejar de ser niño para convertirme en lo que soy, un hombre adulto con muchas capacidades… y también con defectos.
-Todo eso te hace ser ese que eres hoy… el auténtico PABLO.
– Sí, el auténtico PABLO, y parece que no es tan terrible como imaginé, todo lo contrario, me gusta bastante ser AUTÉNTICAMENTE YO.
-Auténticamente tú, le guste a quien le guste…
– Y le pese a quien le pese.
Y diciendo esto el nuevo y auténtico PABLO y su terapeuta sueltan una auténtica carcajada.
Pablo se levanta, le da la mano a tu terapeuta, paga su sesión y sale del consultorio convertido en una nueva persona, más auténtica y, por lo tanto, más feliz. El terapeuta nota como su caminar es más ligero y piensa que debe deberse a que Pablo se ha quitado un gran peso de encima, al dejar de preocuparse por las expectativas de los otros y centrarse en sí mismo, en ser el Pablo que él quiere ser aquí y ahora, en el momento presente.
Aceptación incondicional…. me encanta, todos deberíamos pensar así y respetar al otro de igual forma que nos debemos respetar a nosotros mismos…
Me gustaMe gusta
Maravillosa sesion!!!! De esas sesiones que el terapeuta guarda en el corazon para simpre! Saludos colegas.
Me gustaMe gusta
Gracias, Romina por tu comentario. Estoy de encuerdo contigo, cuando logramos generar el contacto necesario, el paciente logra la confianza necesaria y la consciencia para reconocer aquellas cosas que antes no veía y que lo hacen sufrir, logrando así ver las posibilidades para el cambio que lo hagan sentir más tranquilo y más feliz, ¿No lo crees tú?
Me gustaMe gusta