Cuando nos convertimos en los padres de nuestro padre

A uno de mis más grandes maestros de vida: Mi padre. 

Mi padre había cumplido 88 años cuando fue diagnosticado con Alzheimer. Distaba mucho de ser aquel hombre que conocí toda la vida, fuerte, alegre, erguido, positivo, sonriente… en ésa época era un anciano silencioso que pasaba la mayor parte del tiempo sentado en el patio de la casa tomando el sol.

La vida, que es sin duda sabia, aunque uno en ocasiones se lleva mucho tiempo en reconocerlo, me había conducido de regreso a casa de mis padres más de varios años después de que yo me había ido en búsqueda de independencia. Me había ido a los 19 y ahora tenía cerca de los 30. Me sentía frustrado, con un sentimiento de fracaso, pues había perdido el trabajo, tenía deudas, no tenía ingresos, lo que me obligó a recurrir de nuevo a ellos mientras conseguía recuperarme de la crisis.

En ese momento no imaginaba la verdadera causa por la que la vida me llevaba de nuevo a la casa de mis padres, que había sido la casa de mis abuelos maternos y mi analista me ayudo a enfocarlo de una manera diferente a como yo lo quería ver cuando me dijo: «seguramente hay algo que tienes que resolver con ellos y es el único lugar donde lo puedes hacer. No vas como fracasado o de vacaciones, vas a cerrar lo que necesitas cerrar.»

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Para dejarlo más claro me contó la historia del hombre que buscaba la llave de su casa, en la noche, alrededor de un farol. Un vecino se ofreció a ayudarle, pero al rato de buscarla sin éxito le preguntó dónde exactamente se le había perdido. El hombre señaló hacia la puerta de la casa. El vecino sorprendido le preguntó: ¿entonces porqué la estamos buscando aquí? y el hombre respondió: «Porque allá está obscuro, en cambio aquí si tenemos luz.»

terapia_gestalt_duelos_muerte_el_padre«Hay ocasiones donde la vida te lleva a buscar las cosas donde se perdieron, aunque parezca un lugar obscuro y no quieras hacerlo.»  Y mi analista tenía razón.

En periodo que estuve con mis padres que duró poco más de un año, yo me reencontré con ellos. Se acabaron las diferencias y las peleas que habíamos tenido en los años anteriores cuando les había hablado de mi orientación sexual. Fue una relación más serena, tranquila, amable, silenciosa, respetuosa, tal vez porque ellos estaban más viejos, por la enfermedad de mi padre o por qué yo, al fin, había madurado un poco.

Un par de años atrás, cuando mi madre llena de asombro al hablarle de mi homosexualidad me empezó a atacar, mi padre, que ya estaba enfermo, se levantó y me abrazo interponiéndose entre mi madre y yo y diciéndole: «¡deja de mortificar al muchacho! ¿Qué no ves lo que está sufriendo?»

En ese abrazo, me di cuenta en ese instante, mi padre estaba cerrando un pendiente que yo tenía con él de toda la vida. Era lo que yo había necesitado siempre de él, que me abrazara y me contuviera ante mi madre. Fue el inicio de nuestra nueva forma de relación. 

En la época que regresé a vivir con ellos, que es de la que ahora estoy hablando, todas las mañanas me iba a casa de mi socio Joaquín Guerrero a escribir junto con él la telenovela Con Toda el Alma. Pero uno de esos días, por alguna razón, decidí quedarme a trabajar en casa. Le llamé a Joaquín para decirle que no me esperara. No había terminado de colgar el teléfono cuando se escuchó el grito de mi madre pidiendo ayuda, porque mi papá se había desvanecido en medio del patio. Bajé a toda prisa las escaleras y, con la ayuda de mi mamá, lo llevamos a la habitación más cercana.  Mi madre y mi hermana Eugenia gritaban asustadas mientras lo colocábamos en la cama. Le pedí a mi hermana que trajera un poco de té de manzanilla.

Con un algodón le humedecí los labios a mi padre. Él se aferraba tomándome de la camisa y me jalaba como si no quisiera que lo soltara,  después me empujaba como si necesitara espacio para respirar. Yo interpreté su conducta como si él sintiera mucho miedo de soltar la vida. Me acerque un poco más a él y le dije: «tranquilo papá, aquí estoy, tranquilo, suelta.» Mi papá se fue soltando y poco a poco vi como sus ojos se iban apagando hasta quedar sin vida. Comprobé que él ya no respiraba. Mi madre y mi hermana seguían gritando. Yo las miré y les dije que ya todo había terminado y que papá ya no estaba con nosotros. Mi madre gritaba desesperada negando que eso fuera verdad y mi hermana lloraba también asustada. Yo comprendí que, en ese momento, me tocaba ser el fuerte y contenerlas. También me sentía en ese momento muy contento con mi papá y con la vida por la oportunidad de haber estado en casa y poderlo despedir en el momento de su muerte. 

despedir a papá en el momento de su muerteContrario a lo que se pudiera pensar, no me sentía triste, todo lo contrario, me sentía como un niño pequeño, sereno, con una sensación de plenitud y profundo agradecimiento. Ahora entendía la razón del porqué había regresado a aquella casa a recuperar la llave que había perdido hace tanto tiempo y que me permitió abrir la puerta que me llevaría a reencontrarme con mi padre al momento de su muerte. No tuve la menor duda de que aquello que había sucedido desde el momento en que yo había tenido que regresar con ellos,  no era un accidente ni una casualidad, era un regalo que él me había querido dar, para acortar la enorme brecha que tanto tiempo habíamos mantenido uno del otro y para mantener un lazo entre nosotros que nada lo pudiera romper y que nos mantendría unidos más allá de la vida y de la muerte. 

Antes de terminar quiero compartir este bello texto que encontré en la red y que me remontó a la experiencia que he narrado. Es un escrito del autor mexicano Carlos Fuentes y que coincide en muchos sentidos con la manera en que yo me enfrenté al final de la vida de mi padre. 

Cuando el hijo se convierte en el padre de su padre.

Por: Carlos Fuentes.

despedir a los padres_duelos_gestalt“Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre”. Es cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla. Lento, lento, impreciso. Es cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, una vez firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar.

Es cuando el padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy sólo suspira, solo gime, y busca dónde está la puerta y la ventana – todo corredor ahora está lejos. Es cuando uno de los padres antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su propia ropa y no recuerda tomar sus medicamentos. Y nosotros, como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida. Aquella vida que nos engendró depende de nuestra vida para morir en paz.

Todo hijo es el padre de la muerte de su padre. Tal vez la vejez del padre y de la madre es curiosamente el último embarazo. Nuestra última enseñanza. Una oportunidad para devolver los cuidados y el amor que nos han dado por décadas. Y así como adaptamos nuestra casa para cuidar de nuestros bebés, bloqueando tomas de luz y poniendo corralitos, ahora vamos a cambiar la distribución de los muebles para nuestros padres. La primera transformación ocurre en el cuarto de baño. Seremos los padres de nuestros padres los que ahora pondremos una barra en la regadera. La barra es emblemática. La barra es simbólica. La barra es inaugurar el “destemplamiento de las aguas”. Porque la ducha, simple y refrescante, ahora es una tempestad para los viejos pies de nuestros protectores. No podemos dejarlos ningún momento. La casa de quien cuida de sus padres tendrá abrazaderas por las paredes. Y nuestros brazos se extenderán en forma de barandillas.

Envejecer es caminar sosteniéndose de los objetos, envejecer es incluso subir escaleras sin escalones. Seremos extraños en nuestra propia casa. Observaremos cada detalle con miedo y desconocimiento, con duda y preocupación. Seremos arquitectos, diseñadores, ingenieros frustrados. ¿Cómo no previmos que nuestros padres se enfermarían y necesitarían de nosotros? Nos lamentaremos de los sofás, las estatuas y la escalera de caracol. Lamentaremos todos los obstáculos y la alfombra.

duelos_gestalt_terapeutaFeliz el hijo que es el padre de su padre antes de su muerte, y pobre del hijo que aparece sólo en el funeral y no se despide un poco cada día. Mi amigo Joseph Klein acompañó a su padre hasta sus últimos minutos. En el hospital, la enfermera hacía la maniobra para moverlo de la cama a la camilla, tratando de cambiar las sábanas cuando Joe gritó desde su asiento: «Deja que te ayude».   Reunió fuerzas y tomó por primera vez a su padre en su regazo. Colocó la cara de su padre contra su pecho. Acomodó en sus hombros a su padre consumido por el cáncer: pequeño, arrugado, frágil, tembloroso. Se quedó abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a su infancia, el tiempo equivalente a su adolescencia, un buen tiempo, un tiempo interminable. Meciendo a su padre de un lado al otro. Acariciando a su padre. Calmando él a su padre. Y decía en voz baja:

– ¡Estoy aquí, estoy aquí, papá! “Lo que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí”

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