Una historia zen sobre el sacrificio y los costos de éste.

Una historia zen sobre el sacrificio y los costos de éste.
El Salvador es el rol dentro del triángulo dramático que se reconoce por su preocupación excesiva en relación a los sentimientos y las necesidades de los demás, sin importar que tenga que pasar por encima de sí mismo, con tal de proteger a los otros o ayudarles a alcanzar sus deseos.
Un Salvador desea que todo transcurra sin sobresaltos y parezca perfecto; para conseguirlo, no se plantea la posibilidad en ocultar la verdad acerca de algo al otro – pensando que así lo protege de algún sufrimiento – ni tampoco se detiene cuando puede evitar situaciones difíciles o dolorosas, aunque éstas fueran oportunidades que pudieran ayudarlo a crecer y madurar.
El Perseguidor o Persecutor también puede reconocerse como el juez, el padre crítico o el crítico interno. No importa el género de la persona (masculino o
“Si te sucede algo con otra persona que hace que te sientas dolido, enfadado, culpable, ansioso, temeroso, resentido, exasperado, avergonzado, celoso, inerte, helado, atrapado, comprometido, confuso, desesperado o inadecuado, o con la sensación de haber sido utilizado, traicionado, controlado o incomprendido, entonces, no hay dudas, puedes estar seguro de que estás atrapado en un triángulo dramático.” (Edwars, G. 2011).
No es que no debas tocar temas «difíciles» con la persona que estás empezando a tratar (románticamente), ni que debas dejar de expresar tu opinión o preferencias, simplemente es importante que tomes en cuenta la importancia de ser muy sutil y respetuoso o respetuosa en la manera en que lo haces, aceptando que la otra persona crea, piense o le guste algo diferente a ti. No debes olvidar que en una relación de pareja tiene que haber cabida para las diferencias. Es irreal e incluso insano pensar que tu pareja tiene que querer lo mismo que tú en todos los sentidos y tampoco debes pretender que tú o ella tenga que aceptar todo lo que a ti te gusta. Ambos tienen derecho a sus diferencias y es indispensable que ambos las exprese y se respeten mutuamente.
Aunque haya varias cosas en las que sus gustos y preferencias no coincidan e incluso sean contrarias, lo que deberán tomar más en cuenta son aquellas que sí comparten o en las que si coinciden y que pueden compartir.
Este escrito lo hice con la intención de realizar un homenaje a mi padre y también, con el deseo de transmitir como muchas veces la vida se encarga de darnos las lecciones que necesitamos. Aunque yo me sentía muy cercano a mi papá durante mis primeros años, llegó un momento en que nos separamos. Supongo que fue cuando me acercaba yo a la adolescencia y durante todo ese tiempo que coincidió también, con la etapa en la que asumí mi orientación sexual. A pesar de que mi padre era mayor y sin preparación, pudo llegar a comprenderme y a defenderme, incluso de mi madre, comprendiendo desde su corazón de padre que yo estaba sufriendo en medio de mi proceso. La vida, de una manera un tanto extraña, nos colocó en la circunstancia de volver a vivir bajo el mismo techo durante su último año de vida. Y, durante ese periodo, ambos tuvimos la oportunidad de cerrar todos nuestros asuntos inconclusos y despedirnos en armonía y en paz.
El tercer demonio del desarrollo: Los asuntos inconclusos.
«Los asuntos inconclusos son básicamente producto de situaciones pasadas o conflictos intra-psíquicos no resueltos. Algunas manifestaciones de situaciones inconclusas son el resentimiento o la rabia no expresada a los padres, hermanos, pareja, y a otras personas significativas. Además, los asuntos inconclusos son consecuencia del amor no expresado, la culpabilidad no-resuelta, las acciones del pasado no-aceptadas, etc. La no resolución puede implicar otras personas o algunos aspectos de uno mismo. Cuando las personas no actúan adecuadamente para hacer un cierre, cuando no pueden olvidar las acciones que han ocurrido en el pasado, o cuando no aceptan las situaciones como son, entonces son incapaces de funcionar de forma sana y enérgica.» Celedonio Castaneda.
“Muchas veces la preocupación es una forma de ocuparse de alguien que no puede valerse por sí mismo. En este sentido, los padres se ocupan de sus hijos mientras estos los necesitan. También las personas enfermas o con una incapacidad son objeto de una atención semejante.
Esa preocupación única proviene del amor y es profundamente humana. El que se ocupa de otro se experimenta así mismo como humanamente unido y dedicado al otro, parte del tiempo en que éste necesita ayuda y atención.
Pero también hay una preocupación soberbia, sobretodo cuando uno se preocupa por alguien que es capaz de cuidar de sí mismo y que puede y debe determinar autónomamente lo que quiere y cómo desea actuar, sean cuales fueran las consecuencias que de ello se deriven para ellos o para los demás.” Bert Hellinger
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