Depender de la pareja, fomenta y fortalece la seguridad y la autonomía de cada uno
Vincularse significa programar nuestro cerebro para que busque apoyo en otro ser y asegure su proximidad psicológica y física. Si la pareja no nos ayuda a sentirnos tranquilos porque no lo sentimos lo suficientemente cerca, recurramos a acciones para recuperar o conseguir su cercanía.
Principios del apego:
- Las personas somos dependientes en tanto nuestras necesidades de intimidad o protección no se ven satisfechas.
- Cuando nuestras necesidades son atendidas por la pareja, podemos guiar nuestra atención hacia otros asuntos con absoluta tranquilidad y confianza.
La paradoja de la dependencia
La paradoja de la dependencia nos enseña que, cuanto más eficiente es la dependencia mutua o interdependencia entre los miembros de la pareja, más independientes y eficaces se vuelven en lo individual.
Vivimos en una sociedad que desprecia las necesidades básicas de intimidad, proximidad y, principalmente, dependencia, al tiempo que sobrevalora la independencia y la autonomía, pese a lo perjudiciales que son estas creencias, las tenemos tan introyectadas, que es difícil que no creamos en ellas y las llevemos a cabo pensando todo el tiempo que no necesitamos depender de nadie y que todo lo debemos hacer por nosotros mismos.
Desde los años 20 se tenía la creencia que «el exceso de amor materno» (El cuidado psicológico del niño pequeño, John Broadus Watson, 1920) era perjudicial para el niño y lo volvería miedoso e inseguro.
En cambio, si se dosificaba el amor que la madre le daba a la criatura, se podía conseguir que fuera una persona autónoma, segura, independiente, adaptable y con recursos. No lloraría tanto al experimentar malestar físico y estaría más absorto en el juego o en sus tareas sin sentir un gran apego por ninguna persona o lugar.
Eso se consideraba el sano desarrollo de la personalidad del infante. Mientras menos contacto físico, mejor, pues, supuestamente, con eso se lograba que el niño desarrollara una personalidad fuerte, autónoma.
“Un niño que sabe que su figura de apego es accesible y sensible a sus demandas les da un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad, y la alimenta a valorar y continuar la relación” (John Bowlby).
Antes de las décadas de los 50 y 60, cuando se publicaron los revolucionarios estudios sobre la teoría del apego (Mary Ainsworth y Jhon Bowlby), la psicología no le daba importancia a los vínculos entre padres e hijos.
Bowlby observó que los niños, aún teniendo sus necesidades básicas cubiertas, si carecían de una figura de apego, no se desarrollaban con normalidad, padeciendo retraso físico, intelectual, emocional y social. Ambos autores demostraron que la relación entre el infante y su cuidador era tan necesaria para la supervivencia, como el alimento.
La necesidad de afecto no es exclusiva en la etapa de la infancia
El apego, según Bowlby, constituye una parte integral de la conducta humana a lo largo de toda la vida.
Mary Main comprobó que a los adultos, también se les podía clasificar según su estilo de apego dependiendo de las relaciones que habían tenido con los padres y que estos, a su vez, influían en su estilo parental.
Los adultos también, de acuerdo a Cindy Hazan y Phillip Shaver, adoptan estilos de apego característicos en el contexto de las situaciones afectivas. Crearon la encuesta del amor basada en estas tres afirmaciones, de las cuales, los participantes, debían elegir una de ellas, la que más se aproximara a su experiencia de vida:
* Me cuesta relativamente poco acercarme a los demás y me siento cómodo dependiendo de ellos y sabiendo que ellos dependen de mí. Casi nunca me planteo la posibilidad de que me abandonen, como tampoco me preocupa que alguien intime demasiado conmigo.
* Me incomoda intimar con los demás. Me cuesta confiar mucho en alguien o llegar a depender de otra persona. Me pongo nerviosa (nervioso) cuando alguien se aproxima demasiado y a menudo mis parejas me piden que me acerque a ellas más de lo que yo deseo hacerlo.
* Los demás no suelen intimar conmigo tanto como yo quisiera. A menudo me siento inquieto ante la posibilidad de que mi pareja en realidad no me ame o no desee estar conmigo o que deje de amarme por mi exceso de necesidad. Quisiera fundirme por completo en la otra persona y este anhelo, a veces, asusta a mis parejas.
Los resultados de esta investigación comprobaron que los estilos de apego de los adultos coinciden con el estilo del apego infantil. La mayoría de los adultos, igual que de los niños, pertenece a la categoría «segura» y el resto se divide entre «ansiosos y evasivos»
Se descubrió también, que a cada estilo le correspondían ideas y actitudes diferenciadas y características en relación con el propio individuo, con sus parejas, con sus lazos afectivos y con la intimidad en general.
El apego ocupa un lugar primordial a lo largo de toda la vida del individuo. La diferencia radica en el nivel de abstracción del adulto, de tal modo que la seguridad de contar psicológica y emocionalmente con la figura de apego, puede remplazar la necesidad del niño de tenerla cerca físicamente en todo momento.
Pero, sea como sea, el deseo de disfrutar de un vínculo estrecho y de saber que nuestra pareja estará ahí cuando la necesitamos, nos acompaña toda la vida. Así como en el pasado se negó la importancia del vínculo entre los padres y sus hijos, en la actualidad se da poco valor e incluso se mira con desconfianza al apego adulto.
En nuestra época, se da mucho peso a la idea de que una dependencia «excesiva» en el contexto de las relaciones amorosas, es perjudicial y debe corregirse, lo cuál es una gran falacia.
Lo que puede ocurrir es que existan conductas inadecuadas, y esto ocurre cuando uno de los miembros no ofrece la seguridad que requiere el otro y éste hace todo lo que puede por lograr la atención que necesita de su compañero.