Si un «asunto inconcluso[1]» me costo trabajo superar, fue en relación con mi madre. De niño la amaba y la veía como la mujer más maravillosa del universo, a pesar de su carácter, de su actitud fría y su dificultad para mostrar sus sentimientos.
Nuestra relación empezó a ser más conflictiva en mi juventud, poco antes de cumplir 18 años, justo en la época en que para mí fue evidente mi orientación homosexual. Durante muchos años me negué a aceptar una realidad, evidente para mí, desde que tenía alrededor de 7 u 8 años y me sentía atraído por hombres adultos, sin saber que eso era algo que la sociedad juzgaba y censuraba. En la medida que fui creciendo fui descubriendo que eso era algo que los demás no aceptaban, que rechazaban tajantemente y generaba que la las personas se alejaran. Empecé a sentir miedo pues, como niño que era, resultaba algo totalmente desconocido para mí y que no podía hablar con nadie más. Tenía miedo de que mis padres se enteraran y es sentimiento de vergüenza era cada vez mayor, al igual que mi deseo e interés por los de mi género.
El contexto familiar
Yo vivía en el núcleo de una familia tradicional, muy conservadora y religiosa, y, podía darme cuenta de como mi papá, un hombre de campo y mis hermanos, que en ese entonces estaban en el seminario, se referían a ciertos hombres generalmente “afeminados” como: “mariquitas”, “jotos”, o “maricones”, y eso me llenaba de miedo, recelo y vergüenza por darme cuenta que, de alguna manera, yo tenía algo semejante a aquellos sujetos, que eran tratados con tanto desprecio, por los hombres de mi casa. Pero, por más que me esforzaba en parecerme a mis hermanos o a mi papá, que me gustaran las mismas cosas que a ellos, como los deportes, o las mujeres, no era algo que dependiera de mí, no era ni una elección, ni una preferencia, simple y sencillamente, yo era, desde muy pequeño, diferente a ellos y con gustos y deseos igualmente distintos. De alguna forma yo me sentía más identificado con la manera de ser de mis hermanas, más sensible, creativo, vulnerable… pero no por ello dejaba de sentirme hombre.
Yo era un hombre diferente al resto de los varones de mi casa, sí, pero no quería ser una mujer, yo sabía que era varón y me gustaba serlo, pero no con las características de los demás, sino las propias, pero el precio por mi pecado de ser diferente, desde el punto de vista de mi madre, era, a corto plazo, la expulsión de la familia, y, a largo plazo, el castigo eterno del infierno por mi pecado de sentir atracción por los de mi propio sexo.

La aceptación de mi homosexualidad
Paso mucho tiempo, y después de un largo proceso de búsqueda, que empezó a los 18 años y terminó prácticamente a mis 30 años, finalmente me di cuenta que mi temor de toda la vida era algo real, yo era homosexual pues me atraían sexualmente las personas de mi propio género, pero también aprendí, a partir de informarme y vivir un largo proceso personal en diversas terapias, que ser homosexual no era, un defecto, ni una enfermedad, ni una aberración, yo no era un monstruo ni tenía por qué sentirme avergonzado de ser quien era, pues había muchos otros como yo y no por elección, repito, como muchos piensan, sino porque estaba en mi naturaleza, tal vez, desde mi nacimiento o desde muy temprana edad. No aceptar mi orientación sexual y tratar de transformarla en otra, era la necesidad de otros, no la mía, y, aunque lo intentara, era algo tan improbable como querer dejar de ser blanco, o no tener los ojos verdes y el pelo castaño.
Pero sabía que eso no era suficiente para convencer a mi familia ni a ninguna persona que se empeñara en

creer que eso era algo que dependía de la voluntad personal. No podían ver algo tan lógico como si fuera al revés, es decir, si se le pidiera a un heterosexual que, por elección, el dejaran de gustar las mujeres y le empezaran a gustar los hombres. Si realmente uno eligiera quien le atrae, tendría que ser factible de un lado o del otro. Pero hay cosas que, por mucha lógica que tengan, la gente, simplemente no puede ver, pues se niegan a modificar sus creencias por irracionales que sean y las justifican a través de argumentos y razones absurdas y sin sentido.

¿Quién tiene la culpa de que alguien sea homosexual?
Por otro lado, tampoco podía culpar a nadie, como lo hice por años en mi proceso de psicoanálisis. Ni mis padres, ni mi tío el cura (al que acuse de violador, por años, convencido de las conclusiones a las que había llegado mi psicoanalista, la que lo señalaba a el como principal responsable de mi “problema” de homosexualidad).
Otra de las suposiciones de la psicoanalista, era lo que ella definía como

«homosexualidad reactiva», pues, según hipótesis, se debía a que a mi me gustaban y me atraían tanto las mujeres de casa – mi madre y mis hermanas -, que, ante el temor del incesto, me había refugiado en la homosexualidad. Como se puede ver, este tipo de “apoyo” que recibía por parte del psicoanálisis, no me ayudaba más que mi madre o mi padre, todo lo contrario, me confundía más, porque entonces, yo no era yo, era producto del miedo por no querer hacer cosas perversas, y así, quedaba atrapado en un círculo vicioso donde aceptar ser lo que yo era, era estar en un error y, luchar por cambiar, ¡era imposible!
La Terapia Gestalt, un camino para la aceptación de la homosexualidad
Pero más allá de todos estos absurdos (ahora me doy cuenta que lo eran), un día, gracias a la Gestalt, es decir, a mi primer terapeuta Gestalt, pude tomar consciencia de quien era yo y darme cuenta de que, culpar a otros de lo que yo era, no me llevaba a ningún lado, y, mucho menos me quitaba «mi problema o enfermedad de la homosexual».
Durante mi proceso en la terapia gestalt, pude descubrir que mi homosexualidad nunca había sido realmente el problema, sino el no querer defraudar a los otros o por el temor a ser juzgado y rechazado por mi familia o por mis compañeros de la escuela, para quienes yo era el blanco perfecto de agresiones y burlas a causa de ser demasiado “sensible y vulnerable”, lo que hoy se conoce como bulling.
Pero no era algo sencillo y, mucho menos con mi historia familiar, donde a mis padres y hermanos, como a muchas otras familias de nuestra sociedad, les asustaba la idea de que el “ser así» o «tener ese problema” provocaría que la gente me lastimara y con una “buena intención de protegerme” me hacían más daño al no aceptarme como yo era y ayudarme a aceptarme a mí mismo como un ser humano normal, con gustos y deseos diferentes.
No fue nada sencillo ni agradable, crecer siendo tratado como ladrón, asesino o drogadicto (pues así es como muchos nos ven

a los homosexuales), teniendo que reprimir durante tanto tiempo mi verdadera personalidad y fingiendo ser quien no era para no ser agredido o juzgado.
Tuve que trabajar por mucho tiempo para perdonarla, sin embargo, no fue hasta que no logré comprenderla, que pude dejar de sentir resentimiento por todas sus palabras y sus actitudes discriminatorias y ofensivas. Para mi, en la infancia y adolescencia era muy difícil entender que, esa mujer a la que yo había amado e idolatrado durante mis primeros años, fuera capaz de decirme y hacerme cosas tan hirientes, pero, como adulto y gracias al apoyo de la Gestalt, llego el día que pude, con la ayuda de mi terapeuta Gestalt, ponerme en su lugar, y ver las cosas desde donde ella las veía. De algo me ayudó saber que, todo lo que ella había hecho no era producto del odio, sino desde una “buena intención”, tratando de darme, lo que para ella, era lo mejor.

La responsabilidad personal
Pero, si al final le corresponde a alguien “salvarse y darse lo mejor” es a uno mismo, tomando consciencia, responsabilizándose de la propia vida, y dejando de culpar a los demás asumiendo el riesgo de aceptarse ante uno mismo y ante los demás. Eso nunca lo hubiera logrado sin la terapia Gestalt, es por eso que me siento tan agradecido por todos los gestaltistas que me ayudaron, a través del respeto y la empatía, a aceptarme y reconocerme como un ser digno, valioso, y con el derecho de ser quien yo era sin tener que traicionar a mi persona para complacer a los demás, sin importar que esos otros, fueran mis propios padres y mis propios hermanos.
Si con alguien tiene que ser leal una persona, responsable y digna, es consigo misma, ¿cómo? simplemente arriesgándose a ser lo más auténticamente posible, siendo QUIEN REALMENTE SE ES.
[1] En terapia Gestalt se llama “asunto inconcluso” a una experiencia en el pasado, en relación con alguien más, que, por alguna razón, no se cerró y se vive en el presente como algo que está inacabado y que se necesita cerrar para poderla resolver. No siempre es posible contar con la persona con quien se tiene esa situación inconclusa, y, en la terapia, a través de diferentes técnicas como la de la “silla vacía” es posible resolver la parte emocional del conflicto para que la persona pueda seguir su vida sin seguir atada y sin esa sensación de que quedó algo pendiente por resolver. Otra forma de resolver los asuntos inconclusos es haciéndolo con otra persona, no necesariamente con aquella que se generó el asunto inconcluso, sino con alguien del presente que nos da la oportunidad de “completar la gestalt”, es decir, el asunto inconcluso, y continuar adelante con una sensación de completad y sin sentir más que tenemos un pendiente por resolver en el pasado.
Mi querido Luis Fer, que manera tan increible de poder expresar por este medio lo que aprendiste de tu homosexualidad. El quererte tu mismo lo suficiente como para poder dejar el pasado en eso… en pasado .
El saberte feliz es lo mejor, sabes ? Eres un ser humano muy valioso, que has aprendido a dar de ti lo mejor para tener una vida plena.
Que manera de sanar tu alma y tu corazòn. Te quiero mucho…YO NEOS.
¡¡¡¡¡¡ FELICIDADES !!!!!!!!
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Muchas gracias por este texto. Creo que todos los gays tenemos una historia qué contar y cómo fue o ha sido nuestra aceptación propia… Es un privilegio de la vida el poder ser feliz como uno es, con la naturaleza propia y no tener que ocultarla. Y a veces somos precisamente nosotros mismos quienes nos rechazamos y despreciamos. En la medida en que nosotros nos salvemos, promoveremos que los demás nos respeten y nos reconozcan.
Podemos y debemos ser felices…Somos dignos de merecer la felicidad!
En mi caso, lo que antes me daba tanto sufrimiento, ahora es lo que me hace más feliz.
Axayácatl
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