
Cuenta la leyenda que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro.
A partir de ese momento, comenzó a buscarla.
Primero se aventuró por el placer y por todo lo sensual; luego, por el poder y la riqueza; después,

por la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.

En un recodo del camino, vió un letrero que decía: «Le quedan dos meses de vida.»
Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida, se dijo:
– Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean.
Y aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de sus días encontró que en su interior, en lo que podía compartir, en el

tiempo que le dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo por servir, estaba el tesoro que tanto había deseado.
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