¿Es inevitable el dolor y las dificultades de la vida?

¿Por qué a mí? ¿Por qué me tiene que pasar esto? ¿Cómo me pudo suceder algo así? ¡Yo no me lo merecía! Si soy bueno y no le hago daño a nadie, ¿por qué se me castiga de este modo? ¿Hasta cuando lo voy a tener que seguir tolerando? ¡Yo ya no aguanto más! ¡No es justo! ¡Qué injusta es la vida!

Todo el tiempo escucho estas frases no sólo en consulta, si no en la vida cotidiana. A las personas no nos gusta sufrir y, muchas de ellas piensan que, siendo buenas, obedeciendo las normas, portándose bien y no haciéndo mal a nadie, podrán evitar que la vida les mande dificultades o sufrimientos, pero sucede que no es así, tarde o temprano a todos les llega el dolor y esas personas se lamentan de estar viviendo algo que sencillamente, no merecían que les pasara. Tenemos que partir entonces de una premisa: el dolor y las adversidades son parte de la vida y, como tal, son inevitables y, tarde o temprano, todos los seres vivos del planeta debemos enfrentarnos a ello.

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El origen del dolor provocado por el amor

En una etapa muy temprana de la vida, el amor deja de ser parte de uno mismo para convertirse en algo que debe ser encontrado en cosas o personas externas que creemos de nuestra propiedad. El amor se transforma en un sentimiento causante de sufrimiento y la persona olvida que alguna vez fue ella misma el amor y por lo tanto, alguna vez fue, también, capaz de amar incondicionalmente, sin expectativas y sin apegos.

Al dejar de ser el amor algo que uno mismo es, obliga a la persona a buscarlo en otra parte por medio del reconocimiento y aceptación a partir de diferentes elementos como: la apariencia, el estatus, la personalidad, los logros, las capacidades, las virtudes, la perfección. En otras palabras, la persona siente la necesidad de cumplir las expectativas de los demás, para sentirse aceptado y reconocido y, por lo tanto, merecedor de amor.

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