Vivir desconectados
En muchas ocasiones, vivimos divididos, desconectados, separamos de nuestra existencia externa y de lo que sentimos internamente, como si ambos fueran espacios separados, sin puente que los una: pendientes del afuera, ignoramos nuestras emociones, desoímos nuestras intuiciones y ahogamos nuestras necesidades. O, por el contrario, amarrados a nuestros pensamientos sobre el pasado o el futuro, dejamos de estar atentos a lo que ocurre a nuestro alrededor por terrible o maravilloso que sea ( daremos una prueba de esto más adelante en este mismo artículo).
¿Estamos realmente aquí y ahora? Vivir es un arte que requiere tiempo, compromiso y amor. Vivir es ganar espacio interior y exterior. Nuestra vida es única e irrepetible, se nosotros depende su contenido, su amplitud: si bien no podemos alargar ni un minuto nuestra vida, si tenemos la posibilidad de hacerla más amplia, más rica, más intensa y más consciente en cada momento. ¿Qué elegimos? ¿Queremos que haya vida real en nuestras vidas antes de que se acaben? Si es así, lo que tenemos que hacer es ¡Despertar y actúar!
Vivir de prisa
La poco natural velocidad relámpago a la que nos hemos acostumbrados, condicionados por la sociedad y sus exigencias así como consecuencia de la tecnología de las nuevas formas de comunicación: computadoras, celulares, androids y demás gadgets que nos tienen permanente enganchados virtualmente con el resto del mundo, provoca que nuestros cerebros se empeñen en realizar varias actividades simultáneamente, sin tener una necesidad real de hacerlo, o sin poder realizarlas con consciencia, «dándonos cuenta» de lo que estamos haciendo en lugar de hacer todo de manera automática.
Como consecuencia de esto, la mayoría nos convertimos en víctimas del estrés por daño colateral. Vivimos apurados sin saber por qué. Algunas personas tienen trabajos o actividades que realmente producen estrés, pero la mayoría de nosotros realizamos actividades que no deberían producirlo a un nivel tan alto, pero de una u otra manera terminamos cayendo en sus redes: «si todo y todos va tan de prisa, yo debo estar mal si no intento ir al mismo ritmo que los demás».
«Sin ninguna razón real, empezamos a tratar de hacer todo más rápido, en una inútil carrera contra el reloj, una carrera en la que no tenemos ninguna posibilidad de ganar. Este síndrome empieza manifestándose en actividades relacionadas con el trabajo, y puede expandirse hasta actividades tan placenteras y naturales como una conversación de sobremesa. Muchas veces me ha sucedido que estoy en una mesa conversando con un grupo de amigos después de la cena y hay una o dos personas que, evidentemente, están más preocupadas por lo que tienen que hacer después que por lo que se está conversando o departiendo en la mesa. La meditación ayuda a evitar ese problema de la velocidad relámpago gratuita que tanto daño nos está haciendo.»
Alan Brain
Vivir con miedo y en la inconsciencia
El miedo nos impide descubrir nuevas posibilidades, pone límite a los retos y desafíos a los que estamos dispuestos a responder, asocia situaciones presentes con recuerdos antiguos de dolores pasados, evitando con ello que vivamos cada momento con la frescura de la novedad. La inconsciencia nos engaña, haciéndonos creer que entender la vida resulta complicado, que aunque nos miremos resultamos incomprensibles, y nos convierte de este modo en verdaderos “extraños” para nosotros mismos.
Ese es el terreno abonado para que pensamientos, emociones, deseos o sucesos nos secuestren, convirtiéndose en los “señores de nuestra casa”. Se fortalece la sensación de que “nosotros somos ellos” y por tanto, no podemos dominarlos.
Para colmo, las exigencias laborales, las circunstancias personales y las diferentes demandas sociales y familiares pueden resultar desafíos difíciles de afrontar y entonces se nos suma en el equipaje el estrés. Aunque en principio una pequeña cantidad de estrés es una reacción evolutiva en forma de la tensión necesaria para avanzar y resolver, y nos ayuda a superar obstáculos, sabemos que a partir de un cierto umbral supone una seria amenaza para nuestras relaciones y nuestra salud.
La verdad es que olvidamos vivir «En Consciencia».
Pero es que nadie nos ha enseñado a vivir conscientemente. Quizás tan sólo en pequeño grado en lo meramente funcional: decisiones, trabajo, actividades … Pero no en todos los ámbitos. Incluso, en algunas circunstancias, parece que ocurre todo lo contrario a la consciencia, que hay una pauta de «reacción automática» instalada que se activa si voluntariamente, no elegimos otra opción más consciente, más razonada.
Incluso en ocasiones, cuando la intuición nos da pistas claras acerca de que es una opción errónea que merma la capacidad y riqueza reales de nuestra vida, nos excusamos con aquello que hemos aprendido tan bien: ¡ojos que no ven, corazón que no siente! Creemos que así evitamos sufrimientos añadidos a los que la vida por si misma nos trae, ¿pero, es así? o más bien nos estamos negando a reconocer que por evitar el dolor inherente a la vida , ¡estamos renunciando a la propia vida!
Tal vez deberíamos tener más presentes aquellas sabias palabras de Marcel Proust:
«El viaje del descubrimiento no consiste en buscar nuevos caminos, sino en tener nuevos ojos.»
El hábito de no estar conscientes
La realidad es que desarrollamos desde niños hábitos de falta de atención, distracción, automatismo y ausencia y lo continuamos fortaleciendo a lo largo de nuestra vida: este es el programa instalado en la mayoría de nosotros. La ocupación permanente y las prisas debilitan nuestra concentración y habilidad para conectar profundamente con las cosas.
La cultura moderna nos anima a no estar presentes. Y así tenemos demasiado a menudo la sensación de que “la vida pasa por nosotros”, en vez de “pasar nosotros por la vida”. Y sentimos algo parecido a la impotencia de querer retener entre nuestros dedos la arena de la playa, mientras vemos inexorablemente cómo se nos escapa.
Vivir ignorantes de lo que ocurre a nuestro paso
Estamos rodeados de belleza, sin embargo, no nos percatamos de ella porque vivimos en «piloto automático». En este video podemos observar un «experimento» para demostrar como la gente no se da cuenta de la maravilla que está ocurriendo a su paso por la estación del metro (su mente no está programada para reconocer una interpretación sublime en un sitio así, por lo tanto, es como si no existiera).
Si este gran maestro del violín – Joshua Bell – estuviera tocando en una sala de conciertos de cualquier parte del mundo, muchos de los que pasan a su lado en este video mientras salen y entran de la estación, hubieran pagado cientos de dólares por verlo, – de hecho así sucedió, el maestro había tocado unas semanas antes y las entradas se habían vendido en promedio en 100 dls. – seguramente en dichas circunstancias habrían llorado de la emoción al oír su interpretación, sin embargo, en estas imágenes, simplemente lo ignoran, no se percatan de su presencia, ni de su interpretación, o aunque lo hagan, tal pareciera que no tiene mayor diferencia que si se tratara de un C.D. tocando por el altavoz de la estación. Prácticamente da lo mismo que él esté tocando ahí personalmente pues la gente no se inmuta y la mayoría ni siquiera voltea a mirarlo.
¿En qué van pensando todas estas personas? En todo y en nada. No tenemos que imaginar demasiado para saber que sus mentes están en el pasado (recuerdos) o en el futuro (los pendientes o preocupaciones), de más de mil personas que pasaron por el lugar durante la hora (aproximadamente) que él estuvo tocando «disfrazado» sólo se detuvieron a escucharlo menos de una decena de personas… en su mayoría niños.
Para vivir realmente, tenemos que aprender a poner de nuevo nuestra atención (una capacidad natural de todos los seres humanos), en el presente, en todo lo que sucede en el aquí y ahora, de lo contrario, nos convertimos en autómatas, en seres programados para «hacer» muchas cosas pero no para vivir, disfrutar, apreciar... ya que todo eso, se consigue sólo con atención y con consciencia.
Estoy muy de acuerdo con este articulo, nos dejamos llevar como si estuviéramos en una carrera constante a ninguna parte y nos olvidamos de lo más esencial, nuestro interior.
Me gustaMe gusta
Muchas gracias por tu comentario.
Me gustaMe gusta
Gracias por tu comentario. Efectivamente, hemos permitido desde siempre el vivir enajenados, vivir en automático, desperdiciando nuestro tiempo y nuestra vida. Afortunadamente lo podemos cambiar. Es una cuestión de consciencia, determinación y mucha disciplina… pero se puede lograr. Una vez que vuelves a la consciencia del momento presente, empiezas a vivir una existencia real.
Me gustaMe gusta
Simplemente, Gracias!
Tu lectura mi hízo dar cuenta que en mis días laborales, no vivo, más bien «hago todo corriendo contra el tiempo» sin estar consciente y plenamente presente. El reloj o el tiempo, han sido un «tirano» en mi vida!
Me gustaMe gusta