Esta es una entrada publicada en el blog de mi amigo Luis Dorrego, especialista en PNL, Teatro, Negociación y Seducción.
«¿Cuántas cosas hacemos o dejamos de hacer cotidianamente por miedo? ¿Cuántas se han quedado incrustadas para siempre en nuestras vidas por esta emoción?
Quizá un día nos demos cuenta de que hacemos un recorrido más largo para volver a casa para no encontrarnos con un comerciante con el que discutimos hace tiempo por algo que ni recordamos.
Quizá ya no cojamos el teléfono a algún amigo o le demos largas para no llegar a decirle que algo suyo nos molestó en el pasado.
O posiblemente interpretemos un papel, un personaje, en el trabajo porque una vez tuvimos una reacción negativa por parte del otro en un momento en que nos mostramos con autenticidad.
Todo esto, aunque no lo reconozcamos inmediatamente, provino de un miedo, de un temor.
Posiblemente nació de una emoción básica, instantánea, de segundos, y hoy se haya convertido en una actitud, en un comportamiento.
El miedo está presente en nuestro día a día. No hay más que salir a las calles de las ciudades para poder observarlo a través de las reacciones violentas entre los individuos. A mi parecer, estas actitudes, han ido en aumento en los últimos años. El miedo social se observa en la forma de comunicación, de acercamiento a los demás, de respuestas desmedidas. La desconfianza del vecino, ¡tan española!, está volviendo al escenario de las calles fomentada por el poder a través de los medios de comunicación. Aún recuerdo en mi infancia un Madrid donde las personas se pegaban en la calle y los demás hacían corrillo a su alrededor disfrutando del espectáculo.
Como es bien sabido en nuestra parte más instintiva, el miedo como emoción básica es necesario ya que nos permite reaccionar para huir o para defendernos ante cualquier amenaza.
Si vivimos en el miedo repetidamente sin ser conscientes de estar dentro de esta emoción y de que reacción provoca en nosotros, esta reacción se puede llegar a convertir en un hábito y en la costumbre, en la repetición inconsciente llegamos a encontrar la comodidad: “Yo soy así”.
“Yo no huyo de mi amigo, es que prefiero controlarme para no llegar a la pelea”.
“Yo no huyo de ningún comerciante, es él el que me mira mal, el que quiere bronca”.
“Prefiero que me llamen (o ser) un borde a que me llamen (o ser) un idiota”.
“Yo a la oficina voy a trabajar, mi vida la tengo fuera del trabajo”
Miedo, temor, sensaciones de angustia y de rechazo, malestares no reconocidos ni canalizados. ¡Y la comodidad! El confort de la máscara rígida en sus facciones que han penetrado tan profundamente en el rostro que ya son parte del alma, de la psique.

El hábito es nuestra comodidad pero lo que es cómodo no tiene que ser necesariamente saludable.
Por eso mismo y para conseguir mayor salud, expresemos nuestras emociones, busquemos un mayor equilibrio entre nuestra racionalidad y nuestra emotividad, tanto en casa como en el trabajo».
Por Luis Dorrego
Especialista en PNL y Desarrollo Humano